domingo, 1 de marzo de 2015

SIN TÍTULO

___________________


Recuerdo cosas que preferiría olvidar, niñerías y cobardías que hoy no entiendo, sinsabores y malos amores. No suelo hablar de esos momentos que gustoso haría desaparecer de mi personal currículo, nunca hablo de ellos y, sin embargo, sé que algún día tendré que hacerlo.
Hemos vivido, pero no tanto como parece, quizá porque no lo hemos buscado sino que la vida ha hecho que nos lo encontráramos.
No voy a pedir perdón, eso sería estúpido, ¿a quién se lo pediría sino a mi mismo?
Si en aquel momento hice lo que hice, es que algo o alguien lo hizo necesario o me empujó a ello. Cierto es que no debemos desinhibirnos de nuestra responsabilidad, pero tampoco hasta el punto de amargarnos.

Una amiga sale a la mar. Dice, con razón, que vivir entre cuatro paredes le provoca angustia. Yo poca cosa puedo hacer, dinero no me queda, lo perdí apostando por un negocio que sabía perdido, pero como siempre el orgullo y las ganas de ayudar me perdieron. Y cuido a Amara, que no es poco,  y a mi nieta todas las mañanas. Ya no puedo soñar con lo que hacía o quise hacer. Es imposible volver atrás, ahora solo queda recrearme en el pasado y trabajar para el futuro de otros.
Me queda poco tiempo, el justo para sincerarme y traspasar la experiencia de lo vivido, pero sé que no debo andar con prisas, ya habrá otro que siga mi camino haciéndolo suyo. Y uno tras otro hasta el fin.

Mi cabeza ya no funciona tan bien, por mucho que mi amigo terapeuta quiera convencerme de lo contrario. Según él disfruto de una asombrosa y versátil inteligencia, un coeficiente que no viene al caso, por carecer de importancia y por no saber utilizarlo. Cambiaría parte de mi conocimiento por algo de comprensión de este mundo tan fútil. Mis ideas a veces se agolpan, se encallan y parece que no quieran salir. Miro a lo lejos y veo lo que quiero, pero no más cerca de lo que hace tiempo estaba, mucho tiempo.

Soy duro, pero no tanto como se me imagina. Autosuficiente, eso sí. No temo a nada ni a nadie, y eso es una ventaja cuando a cierta edad ya solo esperas un buen final. Pero por qué extrañarme, cuando es el mismo sentimiento de cuando navegaba o andaba días enteros por las nevadas montañas.
El horizonte es lo que quieres que sea. Puedes aspirar a llegar a un punto o buscar el infinito. Es lo mismo que sientes frente una montaña, que si quieres siempre hay otra detrás y otra más allá. Imagino o que sentirán los exploradores del futuro. Tras un planeta siempre hay otro, estrellas y más estrellas, tantas como olas he sorteado, todas distintas.

Mi mundo acaba, empiezo a sentir cercano su final. Y parecería estúpido resistirse cuando sabes que tu cuerpo y tu mente empiezan a flaquear. El If de Rudyard Kipling  es bello, maravilloso, pero no deja de ser un poema estoico. Quizá haya llegado el momento de descansar, pero no puedo, no sé hacerlo. Tal vez me equivoque y sea el de terminar, y del modo que siempre soñé. Entonces sí podría decir que he vivido, no tanto como me hubiese gustado, de la manera que hubiese querido, pero sí con intensidad.



.