viernes, 18 de diciembre de 2015

Que es mi barco mi tesoro, que es mi Dios la libertad

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Con diez cañones por banda, 
viento en popa a toda vela,
no corta el mar, sino vuela,
un velero bergantín;
bajel pirata que llaman
por su bravura el Temido
en todo el mar conocido
del uno al otro confín.

La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
Y allá a su frente Estambul:

-Navega, velero mío,
  sin temor
que ni enemigo navío,
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.

Veinte presas
hemos hecho
a despecho
del inglés
y han rendido
sus pendones
cien naciones
a mis pies.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra,
que yo tengo aquí por mío
cuanto abarca el mar bravío
a quien nadie impuso leyes.

Y no hay playa
sea cualquiera,
ni bandera
de esplendor,
que no sienta
mi derecho
y dé pecho
a mi valor

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

A la voz de ¡barco viene!,
es de ver
cómo vira y se previene
a todo trapo a escapar:
que yo soy el rey del mar
y mi furia es de temer.

En las presas
yo divido
lo cogido
por igual:
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río:
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena
colgaré de alguna antena
quizá en su propio navío.

Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di
cuando el yugo
del esclavo
como un bravo sacudí.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.

Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.

Y del trueno
al son violento,
y del viento,
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.

Que es mi barco mi tesoro,
que es mi Dios la libertad;
mi ley, la fuerza y el viento;
mi única patria, la mar.
 
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sábado, 29 de agosto de 2015

EL MÁS BELLO SUELE SER EL MÁS DIVERTIDO

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Hace mucho que no corrijo mi novela. Entre lo poco editable que es y el trabajo que me da la política, lo he ido dejando año tras año.
Cojo el Metro decidido a escribir, pero en cambio de hacerlo en mi libreta, me dedico a enviar a Garrobo todo lo que veo. Y cuando termino, descubro que es más absurdo e increíble que lo que cuento en cualquiera de mis historias. 
Por qué, me pregunto. Quizá porque inconscientemente las diluyo para hacerlas digeribles.

Ayer recordé una historia tan bella como divertida, tal como deberían ser todas las que tienen que ver con el buen sexo.

Sentado en una pequeña butaca, quizá fuera un puf. A mi lado un tipo que no conozco, agradable, muy culto, charla conmigo sin ningún complejo. En el sofá, al otro lado de la mesa, Amara yace desnuda, recomponiéndose, deduzco por su postura, de una buena sesión de sexo. Se acerca una chica, creo que la pareja de mi compañero. Y, reptando sinuosa, se echa a un lado de Amara. Muy morena, delgada y bellísima. Acaricia a Amara, la besa en la garganta, en la nuca.
Seguimos hablando mientras, satisfechos, miramos a las dos mujeres. Un hombre se acerca, supongo que amigo de la chica. Mi compañero se levanta, se disculpa y se añade al grupo.
Observo a Amara, intentando olvidar que es mi pareja. Su belleza, apabullante, me confunde y desorienta; y su atractivo, tan arrollador como refinado. Entiendo a esos hombres, incluso a las mujeres que caen bajo su influjo. Y también a ella.
La chica se levanta y se me acerca, toma asiento donde estaba su compañero, me abraza y acaricia, nos besamos. Me gusta, es muy atractiva, el tipo de mujer que consigue romper mi frialdad.
No me gusta hacer el sexo delante de todo el mundo, aún menos en unas butacas. La chica se da cuenta, pero solo de eso último, y me arrastra hacia una enorme cama redonda, hecha, creo recordar, de colchones amontonados y forrados con variopintas telas. Hay gente en ella. Es todo tan artificial que algunos parecen esperar turno para entrar, aunque no sea así porque hay espacio de sobra.
Un tipo se acerca, parece que quiere compartir la chica. Ella no opone resistencia, incluso parece que le gusta. Me duele, me había hecho a la idea. Me separo y miro hacia donde está Amara. Los dos hombres la devoran.
Salgo de la casa y tomo asiento en la pequeña escalinata que da al jardín, al lado de una mujer que fuma con lentitud, saboreando el aire de la noche más que al tabaco, tiene mi edad o es algo más joven. Es la anfitriona de la fiesta. Charlamos plácidamente, a ninguno de los dos nos gusta este tipo de fiestas, la acepta por su compañero y sus amigos. Me gusta, es muy inteligente y culta. No bella en exceso, al menos como la mayoría de los invitados, pero sí agradable y atractiva.
De la casa sale gente gritando y riendo, una pareja hace el sexo frente a nosotros, apoyada a un árbol. Mi compañera se levanta y me invita a seguirla. Entramos en una pequeña cabaña de sólida madera. Es una sauna, la enciende tras preguntarme si me molesta. Solo entra la luz a través de una pequeña ventana y del vantanuco de la puerta. Se denuda con cuidado, aparentando disimular un evidente y voluntario erotismo. Bajo el ancho vestido de algodón blanco, se descubre un cuerpo perfecto. Dobla el vestido con cuidado y me pide la ropa para hacer lo mismo. 
No puedo ni deseo disimular mi excitación. Nos sentamos, ella delante de mi, con su espalda apoyada en mi vientre y mi sexo. En una estantería a mi lado, hay un frasco de aceite, lo abro, lleno mis manos y masajeo sus hombros. Poco a poco bajo hacia sus magníficos senos, agacho la cabeza y le susurro dos palabras en su oído, solo dos, antes de atreverme a pellizcar sus pezones.
-Me apetece.
Y ella responde con tres, solo tres.
-A mi también.

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domingo, 16 de agosto de 2015

LOS MOMENTOS MÁS AGRADABLES NO SIEMPRE SON LOS MÁS FELICES

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Sigo el camino del riachuelo y me encuentro con la típica casa medio derruida, al pie de una cala de ensueño. Fuera de ella el temporal rompe contra las paredes que la resguardan. A mi izquierda, sobre un pequeño farallón de roca y tierra, dos vetustos hórreos vigilan la entrada.

Pronto tendré que cambiar de lugar mi bicicleta. La marea sube y ya casi toca sus ruedas.
Mi corazón se cansa mucho antes, y pedalear en subida hace que me cueste respirar. Es como si mis bronquios se cerraran. Mi estómago no digiere bien los alimentos, no como solo hace un año. Se nota que estoy en el último tercio de mi existencia, quizá menos.

Siento el viento. Gigantescas olas rompen contra el farallón de la entrada. Pocos barcos se atreverían a navegar hoy en este mar, el mío uno de ellos.

Los momentos más agradables no siempre son los más felices, la soledad solo es querida cuando se busca con ahínco y se encuentra en el lugar adecuado.
Es agosto y estoy en una de las calas más bellas de Asturias, hoy desierta, supongo que por el mar, el frío y el viento. En mi pequeño rincón solo queda espacio para la bicicleta, las pocas olas que consiguen entrar mojan mis pies. Es pleamar, de modo que más adentro no llegarán.
Esta mañana con Xeli he visto la bajamar en San Antolín, ahora la pleamar con la magnífica soledad que me brinda la cala de la Huelga.
Un pequeño grupo de excursionistas pasa casi rozándome, aprovechando el reflujo de una ola. Calzan botas de montaña, que se nota son recién compradas; llevan mochilas en la espalda, gafas de sol, gorras e indumentaria para hacer grandes travesías; también palos para andar, uno en cada mano. Nunca he entendido el servicio que puede dar esos bastones de diseño. He andado días enteros sin necesidad de ellos, por los lugares más agrestes que nadie pueda imaginar. Entonces no los había o, al menos, yo no los conocía. Lo he hecho con calzado recio y de mala calidad, y vestido con ropa sencilla.
Una chica toma asiento en una roca a mi lado. Nos conocemos de saludarnos cada día en el mismo camino, yo con la bicicleta y ella acompañada por un perro negro y de raza ambigua. Calza sandalias de plástico, y viste con shorts y una camiseta de manga ancha y corta. Me pregunta de dónde vengo y me explica que de su casa hasta la Huelga hay ocho kilómetros, que siempre se queda un rato para que el perro se bañe y luego vuelve a su casa. Dieciséis kilómetros diarios sin botas especiales, gorra y gafas de sol, ni, por supuesto, bastones de montaña. Me pregunta por lo que dice mi camiseta, Pirates de Catalunya, y se lo explico. El perro vuelve y nos salpica divertido. Nos despedimos. Ella debe seguir su camino para llegar de día a su casa, luego, supongo, saldrá con los amigos o su pareja. Esta noche tal vez busque por la red quienes son esos piratas.

Miro el riachuelo, que baja caudaloso por la lluvia de esos días, y pienso en los amigos que me quedan, años atrás tantos y tan pocos ahora.
Es curioso lo que hacen las ideas. Mi concepto sobre lo que es el autoritarismo o incluso el fascismo, ha ido ampliándose con el tiempo. Para mí es fascista todo aquel que pretende imponer sus ideas, aunque sea a través de este régimen que nos quieren vender como demócrata.
Ya no puedo aceptar, más allá de unas risas, la relación con personas carentes de sentido demócrata. Familia, amigos y conocidos, van desapareciendo de mi mundo.
Algunos podrán acusarme de intransigente, y es cierto, soy intransigente con los que practican la intransigencia.


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domingo, 1 de marzo de 2015

SIN TÍTULO

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Recuerdo cosas que preferiría olvidar, niñerías y cobardías que hoy no entiendo, sinsabores y malos amores. No suelo hablar de esos momentos que gustoso haría desaparecer de mi personal currículo, nunca hablo de ellos y, sin embargo, sé que algún día tendré que hacerlo.
Hemos vivido, pero no tanto como parece, quizá porque no lo hemos buscado sino que la vida ha hecho que nos lo encontráramos.
No voy a pedir perdón, eso sería estúpido, ¿a quién se lo pediría sino a mi mismo?
Si en aquel momento hice lo que hice, es que algo o alguien lo hizo necesario o me empujó a ello. Cierto es que no debemos desinhibirnos de nuestra responsabilidad, pero tampoco hasta el punto de amargarnos.

Una amiga sale a la mar. Dice, con razón, que vivir entre cuatro paredes le provoca angustia. Yo poca cosa puedo hacer, dinero no me queda, lo perdí apostando por un negocio que sabía perdido, pero como siempre el orgullo y las ganas de ayudar me perdieron. Y cuido a Amara, que no es poco,  y a mi nieta todas las mañanas. Ya no puedo soñar con lo que hacía o quise hacer. Es imposible volver atrás, ahora solo queda recrearme en el pasado y trabajar para el futuro de otros.
Me queda poco tiempo, el justo para sincerarme y traspasar la experiencia de lo vivido, pero sé que no debo andar con prisas, ya habrá otro que siga mi camino haciéndolo suyo. Y uno tras otro hasta el fin.

Mi cabeza ya no funciona tan bien, por mucho que mi amigo terapeuta quiera convencerme de lo contrario. Según él disfruto de una asombrosa y versátil inteligencia, un coeficiente que no viene al caso, por carecer de importancia y por no saber utilizarlo. Cambiaría parte de mi conocimiento por algo de comprensión de este mundo tan fútil. Mis ideas a veces se agolpan, se encallan y parece que no quieran salir. Miro a lo lejos y veo lo que quiero, pero no más cerca de lo que hace tiempo estaba, mucho tiempo.

Soy duro, pero no tanto como se me imagina. Autosuficiente, eso sí. No temo a nada ni a nadie, y eso es una ventaja cuando a cierta edad ya solo esperas un buen final. Pero por qué extrañarme, cuando es el mismo sentimiento de cuando navegaba o andaba días enteros por las nevadas montañas.
El horizonte es lo que quieres que sea. Puedes aspirar a llegar a un punto o buscar el infinito. Es lo mismo que sientes frente una montaña, que si quieres siempre hay otra detrás y otra más allá. Imagino o que sentirán los exploradores del futuro. Tras un planeta siempre hay otro, estrellas y más estrellas, tantas como olas he sorteado, todas distintas.

Mi mundo acaba, empiezo a sentir cercano su final. Y parecería estúpido resistirse cuando sabes que tu cuerpo y tu mente empiezan a flaquear. El If de Rudyard Kipling  es bello, maravilloso, pero no deja de ser un poema estoico. Quizá haya llegado el momento de descansar, pero no puedo, no sé hacerlo. Tal vez me equivoque y sea el de terminar, y del modo que siempre soñé. Entonces sí podría decir que he vivido, no tanto como me hubiese gustado, de la manera que hubiese querido, pero sí con intensidad.



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