lunes, 16 de diciembre de 2013

SIEMPRE ANNA

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-¿Qué son los celos para ti?
Tarda en responder, intenta buscar en mis ojos lo que transmite mi espíritu. Vuelvo la cabeza y la miro, y sonrío mientras beso sus labios. Fuera sopla el viento, que parece querer levantar parte del cañizo. Ella prefiere vivir aquí, aislada, que en una de las casas con paredes de obra y techumbre de uralita. Al lado hay un viejo cementerio, cercano tanto física como espiritualmente, sin verjas ni puerta, a ras de suelo, parecido a los que vimos en Pakistán si no fuera porque aquí no hay lápidas sino pequeños túmulos con formas típicamente budistas, tan apiñados que no entiendo cómo pueden enterrar a la gente.
-Nosotros no podemos saber qué son los celos, ni siquiera yo, que es mi trabajo entenderlos.
Y le explico que últimamente he percibido algo parecido en Amara. Y se ríe con ganas cuando le digo cómo y con quién.
-¡Qué bobo eres! Lo que pasa es que esas tías no le deben caer bien y le da rabia que puedas ser utilizado por ellas.
Y me recreo en su perfil, lo resigo con la yema de mi dedo, delicadamente, como si al presionar pudiera romperse. Tiene razón, Amara no tiene idea de lo que son los celos, sin embargo, a veces pienso que teme que la abandone.
-¡Qué difícil es conseguir la felicidad! Romper los lazos, deshacer los terribles nudos que nos atan. No entiendo por qué nos resistimos a ella. Miedo no es, al menos en mi caso, ni siquiera perder una inexistente comodidad ni creerse a cubierto, cuando la inteligencia te muestra que no lo estás.
Su silencio es prueba que me entiende. Sabe que ahora mismo me quedaría con ella.
-Pero está Amara y su enfermedad, si no fuera por eso ahora mismo te quedarías, o quizá marcharías con Mila para dar la vuelta al mundo. Y entonces seguramente Amara te seguiría.
Observa los teléfonos, el más sencillo es de marca Open, el otro es grande y robusto, sin marca. Uno con tarjeta de prepago y el otro no terminé de entenderlo. Las dos están a nombre de personas distintas y que no se conocen, tengo seis más en el bolsillo, cada una a nombre de un tipo distinto.
-Sigues haciendo las cosas bien –me dice riéndose mientras señala los teléfonos, temo que para cambiar el sentido de la conversación.
-Artur me preguntó para qué quería tanto teléfono y números a nombre de anónimos. No le respondí y una hora antes de despedirnos me trajo todo eso. No hay nada como tener dinero. Si le llego a participar de mis temores me habría tomado por loco o igual no me hubiese dejado venir solo. Piensa que yo solo tengo la mitad, el resto las tiene él, y le pedí que después de una llamada cambiara de teléfono, tarjeta y sitio.
Oímos un gran golpe, como si algo hubiese caído con fuerza contra el suelo. Nos mantenemos en silencio, no por el ruido sino por nuestros pensamientos.
-Habrá volado parte de un tejado. Es lo normal con este viento.
Y aprovecho el momento para retomar la anterior conversación. Son tantas las cosas pendientes, como escaso el tiempo que dispongo.
-¿Por qué el hombre habla tanto de libertad, cuando la teme y esquiva? Para mí la felicidad significa libertad.
Quizá se haya hartado de mi palabrería. Respira profundamente mientras mueve las piernas con cuidado para evitar el intenso dolor de sus rodillas.
-¿Eres feliz?
Pienso en lo que hago y en lo que soy, vuelvo la cabeza y veo su sonrisa, la de sus ojos, siento su felicidad, embriagadora, contagiosa. Solo he necesitado un segundo.
-Mucho, pero quiero más.
Se vuelve y me abraza, levanta una pierna y con cuidado la apoya en mi muslo, cierra los ojos y se duerme.

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1 comentario:

  1. Yo pensaba que no lo era, hasta que lo fui.
    Buenas fiestas Pau.

    Abrazo

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