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La nueva moneda: real, maravedí, íbero o como se le quiera
llamar (nunca peseta) debería tener el mismo valor de salida que el euro para
marcar un referente.
La nueva moneda, llamémosle por ahora “Íbero”, un nombre asumible por toda la geografía peninsular, a mi entender debería ser flotante con respecto al Euro, de no ser así perdería la practicidad necesaria, y su cambio debería ser defendido por el regulador, su único agente emisor, a efecto de mantener en lo posible su valor.
La nueva moneda, llamémosle por ahora “Íbero”, un nombre asumible por toda la geografía peninsular, a mi entender debería ser flotante con respecto al Euro, de no ser así perdería la practicidad necesaria, y su cambio debería ser defendido por el regulador, su único agente emisor, a efecto de mantener en lo posible su valor.
En contra de lo mantenido por Schwartz, la nueva moneda no
debería servir para ganar competitividad. La competitividad va ligada
directamente a la productividad y eso debemos dejarlo a las empresas y al mismo
mercado.
Cierto que España entró en el Euro con una peseta
sobrevalorada, pero también ha pasado el suficiente tiempo para que tanto los
salarios, la inflación y el mismo mercado hayan eliminado esa diferencia. La
prueba está en la capacidad exportadora de nuestras grandes empresas,
precisamente las que menos pueden escapar de los convenios colectivos y que
menos elasticidad tienen en relación al resto. Es nuestra pequeña y mediana
empresa la que no exporta, quizá por falta de medios, competitividad
tecnológica, preparación empresarial y una descapitalización sobrevenida por
ser más beneficioso invertir en productos especulativos que en la propia
empresa.
¿Cuántas veces hemos oído decir a un empresario, que había
ganado más en la compra venta de un solar o unos pisos, que en un año de
trabajo?
La nueva moneda, por tanto, debería servir para crear nuevas
empresas y empleo, entre los jóvenes emprendedores o los pequeños empresarios
que buscan cómo defender sus empresas, a través de un crédito aprobado sólo
después de cumplir unos requisitos de inversión tecnológica o para mejorar la
productividad; nunca para salvar algo sin viabilidad o para seguir perdiendo
dinero.
Un crédito que solo sirve para pagar antiguos salarios o
deudas, es un crédito perdido, a no ser que sirva para cubrir las deudas de las
administraciones públicas.
En relación a los pagos del Estado, la nueva moneda solo
debería ser utilizada para cubrir la diferencia de salarios, entre lo que el
Estado puede pagar en euros sin endeudarse y el salario real que merece el funcionario;
para completar los pagos a las administraciones locales y autonómicas, a los de
proveedores de obras, de instalaciones, de estudios e informes que no precisen
ayuda exterior, etc. Siempre para completar, nunca para acomodarse en la
segunda moneda.
La nueva moneda nunca debería perder la excepcionalidad,
aunque, a mi modo de ver, tampoco debería desaparecer, ya que siempre podría
servir como respuesta a una próxima crisis financiera o de liquidez; aparte de
ejercer presión al BCE, que vería menguar su influencia.
La nueva moneda, en caso de no emitirse en metálico perdería
su razón de ser y su practicidad. Es más factible, dadas las circunstancias y
por su previsible uso, que la primera moneda fuera la electrónica, aunque
también está de más y sigo sin encontrarlo apropiado. Creo que existen muchas maneras de evitar el
fraude, antes de sacrificar esa tan necesaria practicidad.
El parado que encuentra trabajos eventuales y se mueve por
la ciudad, la ama de casa o el pensionista que compra en el mercado, en la
panadería; la pequeña compra en el supermercado, el menú del pequeño
restaurante, el café, la copa, la cerveza, el periódico y un largo etcétera de
pequeñas cosas que mueven miles de millones de producto netamente nacional con
mucha mano de obra, aparte de algunos gastos primarios como tasas municipales, aún se pagan en
metálico. Coartar este movimiento impediría el uso de la nueva moneda,
justamente donde más necesaria es.
En relación al transporte urbano e interurbano, la nueva
moneda, excepcionalmente y a tenor de la necesidad, podría servir para reducir
el precio de los billetes al mínimo en Euros. La nueva moneda debe servir para
abaratar el transporte urbano e interurbano hasta el máximo, de manera que su
usuario decida de una vez por todas abandonar el automóvil, que el parado pueda
moverse a la busca de un empleo, que el joven pueda desplazarse al instituto o
al trabajo con el mínimo gasto. El costo de la operación en la nueva moneda
(gasto de mantenimiento, salarios y la adquisición de nuevo material producido
en el interior del territorio) podría sufragarse directamente, sin pasar por el
bolsillo del usuario. El coste sería ampliamente recuperado por el ahorro
energético y de mantenimiento de la vía pública.
Los productos 100% de importación solo deberían ser pagados
en Euros, tal como los carburantes, los productos de alimentación exóticos o
fuera de temporada, los viajes, los billetes de avión, el material electrónico,
etc.
Si mantenemos la dualidad y la necesidad del Euro para
adquirir ciertos productos, conseguiremos que esos pequeños productores lo
busquen, aparte de para su consumo, para proveerse de material importado, que de
otra manera no podrían adquirir.
¿Se puede mantener un sistema con dos monedas paralelas de igual valor?
Difícilmente si la interna la hacemos convertible, ya que,
tanto el productor como el consumidor tenderá a buscar la externa para adquirir
todo tipo de productos, por lo que posiblemente se devaluaría. Y de no hacerla
convertible, no pasaría de ser una moneda secundaria, que la mayoría también
terminaría rechazando. Pero si el Estado tiene el cuidado de emitirla a tenor
del producto y del crecimiento, y la hace de obligado uso para algunos
servicios, para pagar tasas y algunos impuestos, y, así mismo, obliga a aceptarla
a los comercios de productos de mercado, posiblemente mantendría su valor. En
caso contrario y en que los productos nacionales no pudieran, por falta de
suficiencia, abastecer tanta población, el Estado debería imponer cupos de
cambio, forzando así la productividad interna y la devaluación por el
previsible mercado negro. El Estado debería forzar el pago de las hipotecas en íberos, con una pequeña subvención en
euros por parte del Estado. Por un lado conseguiríamos vender las viviendas
vacías, por otro la banca aceptaría gustosa emitir hipotecas y rebajar los
precios a cambio de recibir euros de subvención, y, por último, los que
quisieran comprarlas, extranjeros o nacionales, se verían obligados a comprar íberos en el BE.
Es arriesgado, qué duda cabe, pero vale la pena probarlo, ya
que muy posiblemente el paro bajaría y aumentaría la producción interna y, por
ende, el valor de la moneda se mantendría.
Todas las empresas, incluso las más pequeñas, necesitan
componentes o materias primas llegadas del extranjero para poder fabricar sus
productos. Por eso mismo necesitamos una moneda segura, convertible y sin
apenas comisión en el cambio.
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-Hoy, por poner un ejemplo, mi hijo y mi nuera, biólogos
con dos másteres cada uno, submarinistas, alpinistas, espeleólogos y un largo
etcétera, trabajan para el gobierno de Cabo Verde como biólogos. Mi primera
intención es conseguir que se establezcan como submarinistas en el país, a
poder ser con su propia escuela y club de inmersión. Para ello estoy dispuesto
a invertir los euros que tengo, ya que no puedo pedir un crédito. En Cabo Verde
tienen futuro, sin embargo, en España no. Pero imaginemos que dispusiera de
crédito en íberos y que conozco grandes mayoristas de frutas, con excedentes
que desechan porque no saben qué hacer con ellos. Lo primero que haría es
proponer a mi hijo crear una pequeña industria de mermelada, de helado, de
zumos… que podría comercializar, por ejemplo, en los mercados municipales,
donde existen multitud de paradas sin uso.
¿Qué conseguiríamos con eso?
Evitar que emigren dos elementos altamente preparados,
crear una nueva industria a partir de un producto nacional de futuro incierto e
infravalorado, crear nuevos puestos de trabajo y potenciar una previsible
empresa exportadora o, como mínimo, evitar que este producto se adquiera en el
extranjero, y, por último, explotar la infraestructura municipal.
¿Qué se necesitaría para crearla?
Un crédito en íberos para el alquiler, el material, etc.
y esos pocos miles de euros que dispongo para comprar una parte de la
maquinaria.
¿Cuántos economistas que hoy están sin trabajo, que hacen
de repartidores o emigran en busca de dignidad, podrían dedicar su esfuerzo y
sabiduría en crear empresas de gestión, que organicen otras, como la descrita
antes, para facilitarles la expansión al extranjero?
¿Qué necesitan?
Nuevas empresas sin complejos ni prejuicios, regidas y
montadas por gente joven y preparada, y dinero. Pero... qué dinero. Si lo
analizamos, sólo una cantidad limitada de euros y un crédito en íberos.-
.
Desde luego valor no te falta e ideas tampoco. Mis hijos, sí de algo sirve la noticia, ya tienen un pie y medio fuera. Un abrazo.
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