jueves, 16 de febrero de 2012

OTRO APUNTE PARA EL BLUES DE AMARA

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                            En defensa de la valiente Aliaa Magda ElMahdy


-No sabes lo difícil que es encontrar tíos como vosotros, que no se complican la vida, ni tienen la cabeza llena de malos rollos.
Está echada a mi lado, mirando el cielo a través del ventanuco de proa, después de hacer el sexo hasta reventar. Del exterior llega la inteligente conversación de Jep con Amara, acompañada de alguna de sus risas. Tiene la cabeza recostada sobre mi hombro, la miro y me recreo en su perfecto y sereno perfil. Sé que ahora mismo desearía encender un cigarro, se muere por hacerlo, aun sabiendo que en el interior del barco está prohibido. Solo hay una cosa que puede evadirla de su ansia. Vuelve la cabeza y me mira, se levanta y me monta. Sabe lo que provoca, con su cabello cayéndole sobre el rostro, apuntándome con sus pequeños y duros pechos; y con su sonrisa, con su inagotable deseo. Es la belleza en su estado más puro y salvaje y, a la vez, el más tierno y delicado.
Días antes y casi en la misma tesitura, Amara comentó lo mismo, pero con más morbosidad y detalle.
Son distintas, la una más formal y seria, la otra más alegre y abierta. Incluso en su belleza se nota la diferencia, sin que nadie, ni siquiera nosotros, pueda discernir cuál es la más atractiva.
La miro y me río, más que nada porque creo que ya no puede sacar nada aprovechable de mi cuerpo. Intento atraerla para besarla y no se deja, en cambio, yergue su precioso cuerpo y levanta los brazos simulando recoger su cabello tras la nuca.
-Necesito que me despedacen, que destrocen mi cuerpo, que lo devoren…
Su vientre, su ombligo, sus pechos, que parecen hincharse de tan enhiestos… Y mi sexo resucita contradiciendo todos los manuales de la ciencia.

-No puedes llegar a imaginar lo complicado que es encontrar tíos como vosotros, con ganas de divertirse, que empaticen sin complicarse la vida, que digan hola y adiós, que no pidan ni den el número de teléfono; que, preocupados, no pregunten si lo has pasado bien; tíos que te acaricien y te besen después de follar como salvajes, que luego se levanten y se vistan dejándote tan tirada y sucia como satisfecha; que, a lo sumo, antes de marchar te digan que follas muy bien… ¡Mierda! No sabes lo difícil que es.
Eso me dijo Amara, también echada a mi lado, pero esta vez en casa y con los niños ya en la cama, después de mi viaje por media España.
Hacía poco habían estado con Richard y sus amigos británicos en su barco, más grande y cómodo que el nuestro.
-Para lo que vamos a hacer es mejor -me dijo entonces, cuando le ofrecí el nuestro.
Los mismos camarotes, pero más grandes y equipados; también con más cubierta y una amplia sala de mapas. Nuestro barco, más pequeño y compacto, paradójicamente estaba más preparado para largas travesías, navegar con fuerte viento y soportar temporales. El suyo era más de paseo, para costear o, como máximo, ir de Barcelona a Mallorca en un día claro y tranquilo.
Los británicos, adinerados y sin problemas, solían venir para visitar a Richard, aprovechando un rally, una famosa regata o, simplemente, pasar un fin de semana con su amigo; entonces él las llamaba para pasar esos días juntos. Era con los únicos que mantenían una relación continuada, que lo pasaban bien y se divertían sin ningún prejuicio.
-Es como si fueran de putas, pero sin pagar y dando tanto como reciben. Sabemos lo que les gusta y ellos de nosotras también.
Yo me reía con ganas, porque ellos, de tan educados siempre preguntaban por nosotros, por los hijos, por… pero nunca hablaban de sus mujeres, señoras de la clase alta británica, que, probablemente, creerían que sus maridos iban a España a echar una cana al aire, pero de pago; más asumible para una sociedad puritana, sea europea o china.
Algo les habría pasado durante mi ausencia: una decepción o un problema. A Mónica no valía la pena preguntar, se encerraría en su tradicional mutismo y sería imposible sonsacarle algo. Con Amara es distinto, no puede remediarlo y lo termina explicando, aunque a plazos y sin orden. Lo único que hay que hacer es ir pegando las anécdotas y, una vez ha terminado, reordenarlas y montar la historia. Y eso puede llevar días o semanas, con el agravante que a ella le parece que lo ha contado mil veces y espera una respuesta. Una vez completada ya puedo hablarla con Mónica, que ni se extraña ni se molesta, aunque sea con Jep enfrente.
Y luego dicen que los hombres somos complicados…

-Los encontramos en el Tulip, desesperados y con el motor de la Zodiac echando humo. Al principio creímos que habían salido a pescar, porque no eran los típicos jóvenes que andan de cala en cala para divertirse, sino unos tipos de casi cuarenta. Nos acercamos para ver si necesitaban ayuda y se pusieron nerviosos, eran franceses y no sabían cómo explicarse. Fondeamos en su barlovento y salté a su lancha para revisar el motor. Entonces me di cuenta, estábamos en pelotas y ellos no; y claro, allí, apretados en la lancha, los tipos no sabían cómo moverse ni qué hacer.

Imaginé su turbación y me reí. Dos chicas desnudas, tan atractivas como espectaculares y sin ningún prejuicio, y una de ellas les asalta en la lancha.

-Al principio creímos que vendrían de Cadaqués o del Port de la Selva, pero no, los muy brutos habían llegado de Colliure, seguramente para ver tetas o ligar lejos de su casa.

Al escucharla no podía más que troncharme de risa. Los pobres por fin habían conseguido ligar, pero a costa de quedarse sin motor.

-Debo reconocer que estaban buenos y nosotras con ganas. Les ofrecimos remolcar la lancha hasta Colliure; no teníamos nada mejor que hacer, que navegar y tomar el sol, y nos venía de paso; y los embarcamos, sin que aún supieran qué les había pasado.
¿A qué habéis venido? Seguramente a ligar un par de españolas, supongo. Les pregunté a bocajarro. Y aún aturdidos respondieron que sí.
Nos gustaron, ¿sabes? Eran sinceros y no se arredraban de burlarse de sí mismos.
Miramos la hora, estudiamos el recorrido y descubrimos que llegaríamos tarde. Entonces les preguntamos si sabían de un lugar para cenar en Colliure, más que nada para dejar que se marcaran un tanto. Respondieron que sí, que nos debían mucho y, como mínimo, debíamos aceptar su invitación. Y ahí se lió, porque tu amiga soltó una de las suyas y respondió que con solo la cena no nos sentiríamos cubiertas.

Yo me desternillaba. Mónica por fin había decidido cazar a tipos con más edad. Probablemente, la aventura con los cuatro británicos le había enseñado a valorar lo que es la edad.

-No veas… uno de ellos, cuando vio la foto del camarote, esa que estamos con los niños, se puso nervioso y le dio la vuelta; dijo que no podía hacerlo contigo y los niños mirándolo. Sin embargo, uno de sus amigos no paraba de hablarte; me contó que le daba morbo. A los otros dos les cogió por sentirse culpables y no hubo manera. Uno de ellos, después que Mónica se lo trajinara, pasó el resto de la noche hablando sobre cómo se lo contaría a su mujer, y que probablemente se divorciaría. Y, claro, quiso que le diera el teléfono, porque estaba seguro que a ella también le pasaría lo mismo.

A esas alturas yo ya no sabía si reír o tomármelo en serio. El asunto es que lo habían pasado bien y los tipos sabían lo que hacían, pero, ¿a cambio de qué?

-Nada chico, que hay mucho chiflado por este mundo. No veas cómo se pusieron cuando les pedimos que hicieran unas fotos mientras nos los tirábamos. Son para nuestros compañeros, les dijimos con toda la sorna del mundo, cuando preguntaron para qué las queríamos. Y va y los muy capullos se lo toman en serio y nos montan el numerito.
A uno lo dejamos llorando, a otro lo tuvimos que sacar casi a hostias, arrepentido por no haber follado cuando tocaba. Los otros dos aún se podían aguantar, pero chico, no veas lo que es hacerlo con un tío, que le habla a una foto donde estas tú con los niños; y otro que no se le levanta porque cree que lo estáis vigilando.

Amara tiene una forma de explicar las cosas, incluso cuando habla de muertos o de enfermedades extrañas, que uno no puede más que reírse a carcajadas, que es lo que hice en aquel momento.

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