martes, 20 de diciembre de 2011

LOS MISMOS PERROS

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¿Alguien duda que si los dejaran, aquí harían lo mismo? No os engañéis, son los mismos perros, pero con distintos medios.



Mi hija dice que una cosa es escribir para gente normal y otra hacerlo de manera parecida a Vargas Llosa. Evidentemente, aunque me encantaría, ni de lejos escribo como él, sin embargo, la comparación me ha satisfecho tanto que he decidido no hacer caso a sus correcciones, que se circunscriben a eliminar comas y puntos. Amara, al contrario, dice que, salvo las primeras páginas, su corrección es meramente anecdótica, en gran parte por mi afición, según ella, por el eso. Maravilloso pienso, pues es de lo que estoy más seguro.
-Está muy bien escrita –me aclara con un punto de orgullo.
Por supuesto se equivoca. Mi querida maestra opinaría lo contrario, precisamente las primeras páginas fueron corregidas siguiendo sus indicaciones. En todo caso eso demuestra que en esta vida solo hay algo seguro: que nos morimos y que dios no existe, el resto carece de reglas excepto el cosmos, a menos que el bosón de Higs sea un espejismo, que podría serlo.

Al y Bel acaban de volver de Cabo Verde. Ayer organizamos una cena en su honor para recibirlos como merecen, en la que había suficientes proteínas y calorías para un regimiento. Nos habían dicho que pasaban hambre, que allí la vida es muy dura, que hay poca comida, que no hay carne ni verdura, que son muy caras. A él le levanté la camisa y vi que había vuelto con algo menos de barriga. A ella no hizo falta, por sus curvas deduje que había engordado ligeramente. Y recordé lo delgado y fuerte que volví de Cachemira, mientras que Anna terminó engordando un poco y fortaleciéndose mucho más que yo.
Al apenas ha adelgazado y Bel ha engordado, que falta le hacía. Es curioso, podría ser una coincidencia, pero no, no es eso, Santiago Genovés apreció la misma diferencia entre los hombres y mujeres de su expedición atlántica. Pienso que debería hacerse un estudio sobre este curioso tema.

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sábado, 17 de diciembre de 2011

...EL BLUES DE AMARA... TESA

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Masacre de coptos en el Cairo por parte del ejército.



Llevo 84 páginas escritas, de las que apenas quedarán 50 después de haberlas pasado por la censura, a menos que mi tercera novela termine siendo un gran y extenso relato erótico.
Excepto la parte emotiva de mi relación con Amara y mi aventura en Perú con Lourdes, que aún no he escrito, el resto es puro y salvaje sexo, y no puedo evitarlo, ya que sin él la historia carece de realidad.
Hoy, mientras escribo, me pregunto cómo pudimos llegar tan lejos y soportarlo sin afectar nuestra convivencia, nuestro amor, la paternidad y la educación de nuestros hijos.

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Para ella Tesa fue una buena amiga, la mejor, y aún lo es aunque a veces pierda la perspectiva. Ayudó a Amara en su aborto, en sus desgraciados lances amorosos y familiares, a superar el terrible trance de su violación y de los innumerables asaltos que padeció. Siempre estuvo con ella, para lo peor y lo mejor, de manera que el día de nuestra boda, al venir sola hice que se sentara a mi lado.
Tesa vivía como era, arriesgadamente y sin medir las consecuencias. Tenía dos novios, uno en su pueblo, fotógrafo de Sant Quirze de Basora, y otro en Barcelona, aparte de un amante en Vic con pretensión de ir a más y algún que otro amigo del hospital. Era una mujer divertida y, tras una apariencia nerviosa y alocada, escondía un carácter tranquilo, reflexivo y un privilegiado cerebro. Pelirroja, delgada, con un precioso y bien formado cuerpo y guapa de cara. Por su carácter y su físico llevaba de coronilla a los hombres y podía tomar el que quisiera; y le gustaban de todo tipo: jóvenes, maduros, pequeños, grandes; solo exigía la fidelidad del amigo, algo muy difícil, porque de ellos lo que más le atraía es que fueran calaveras, muy calaveras, y de todos es sabido que eso no hace buenas migas con la fidelidad.
Amara no solía mezclar amigos. Con Tesa se encontraba muy de tarde en tarde y solo para algunas salidas privadas: una cena de compañeros de trabajo o cuando se llamaban para presentarse un amigo. No obstante, un par de veces había coincidido con Jep, manteniendo la justa distancia al ir siempre acompañada, pero sin poder disimular lo mucho que le atraía. Amara y yo nos reíamos por ello, solo de ver la lánguida mirada de ella, su característica manera de hablar, de levantar el mentón; y la palabrería de él, tan interesante, inteligente, segura y amena cuando quería seducir a una mujer. Sin embargo, y pese su arrebatadora sexualidad, a Jep le faltaba lo primordial: ser o parecer un calavera, algo que yo sabía simular y que a Joan le sobraba.
Había algo que Tesa cumplía a rajatabla: el respeto por la amiga. Solo por el hecho de ser el compañero, un amigo demasiado íntimo o que percibiera un asomo de interés hacia él por parte de ella, Tesa, por mucho que el tipo le atrajera, se mantenía en un discreto segundo plano. El mundo para ella estaba repleto de hombres de su gusto y no tenía necesidad de cosecharlos entre los de sus amigas, por eso me sorprendió tanto lo ocurrido en el barco, el fin de semana que por fin coincidimos con ella y Joan y Vicki.
Hacía tiempo que Amara quería invitarla, pero dado lo difícil que era conseguir que coincidiéramos, lo iba atrasando un mes tras otro. Tesa pasaba los fines de semana en su pueblo y siempre que podía hacía una escapada a Vic. Entre semana vivía en un piso compartido con una simpática amiga de su pueblo, que, atónita, asistía a la complicada vida amorosa de su compañera, convertida en forzosa cómplice al atender las desconsoladas y largas llamadas desde Sant Quirze.
Jugábamos con el velamen y el curricán, con la seguridad que si algún bicho picaba sería por casualidad. En esos casos nos permitíamos poner una buena cucharilla con grandes anzuelos, solo por el gusto de imaginarnos que podíamos pescar un gran depredador. Recién habíamos terminando de comer y hacía rato que notábamos a Tesa un poco tensa, como si esperara algo que supiera que nunca llegaría. Parecía hablar con Amara casi en clave, cosa que nos incomodaba, no así a Vicki que les seguía la corriente de forma burlesca. De pronto Amara entró en la cabina, desnuda como siempre, provocándonos con su mirada y potenciando al máximo su atractivo con su arrebatadora sensualidad. Joan, después de lanzarme una mirada que casi parecía pedir perdón, le lanzó una provocativa bulla intentando pellizcarle el trasero. Y la seguimos como corderos seguidos de la burlona mirada de Vicki. Nos esperaba apoyada en la mesa de mapas, espléndida como siempre, pero su semblante había cambiado, casi mostrando disgusto.
-¿Os gusta Tesa?
- Claro –respondimos sorprendidos por la pregunta.
- En este caso y a menos que os sepa mal por algo, me gustaría que os la tiraseis. No está bien que Vicki y yo pasemos el fin de semana follando con los dos y ella no, supongo que lo entendéis.
En pocas palabras nos estaba diciendo que su amiga deseaba tener sexo con nosotros y que ellas no solo estaban de acuerdo sino que nos exigían que la atendiéramos como merecía.
Tesa era una maravilla, tanto en la cama como fuera de ella y, como era habitual con nuestras compañeras, el fin de semana terminó siendo una explosión de inesperadas e inimaginables sensaciones.

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sábado, 10 de diciembre de 2011

ESCRIBIR

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Nuestro amigo Micah Sherman tocando su violín.

 
-¿Por qué sacas lo de la Crisálida?
-Porque voy a escribir –respondo.
Es Amara quien pregunta, tal vez porque piensa que escondo algo.
De vez en cuando me gusta entrar en mis enlaces para renovarlos. Hoy me he encontrado con la agradable sorpresa de que Luis Muiño ha vuelto; todavía tiene pocos visitantes, pero supongo que eso lo arregla el tiempo. Pocos, pero de gran calidad. Vale la pena seguir "El hábitat del Unicornio", un título tan sugestivo como ilógico.

Escribir… no paro de hacerlo. Cuando no es en "Nada es Gratis", lo hago en el Facebook para comentar sobre economía, en "El sueño de Jardiel" el blog de Manuel Conthe o el de José Carlos Díez: "El economista observador". Y todo para dar mi opinión sobre algo que nos afecta a todos, para intentar convencer sobre el mejor camino a seguir, en unos blogs que creo, son leídos por gente que nos gobierna o influye en el sistema.
Propongo la creación de una segunda moneda, paralela, convertible y flotante. Nadie hace caso, ni siquiera se discute o se responde; quizá piensen que es una propuesta estúpida por venir de un neófito, tal vez teman hablar de ella, ya que sería muy comprometido. Lo cierto es que ya no soy el único, unos cuantos célebres economistas empiezan a proponer lo mismo, aunque tímidamente y sin llegar tan lejos.
Al principio propuse la creación de un impuesto social, específico para los productos llegados de países donde no existe cobertura social. Con este impuesto se podría cubrir el gasto de las ONGs que trabajan en ellos, de manera que sus gobiernos llegaran a la conclusión de ser más fácil y práctico crear su propia cobertura.
Esa propuesta también cayó en el olvido, excepto por alguien que opinó sobre su riesgo:
-Sería volver al proteccionismo –respondió, mezclando churras con meninas, ya que gravar para nivelar los precios en relación a los costes sociales, y reinvertir lo recaudado en el país de origen, no tiene nada de proteccionismo.

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Ayer cenamos con Jep y Mónica.
-Después podríamos ir a tomar unas copas. Unos amigos me esperan en un pub, son muy majos, te gustarán –le dije al sentarnos.
Aceptó. ¿Qué más podía hacer?
En realidad era una trampa. Los presuntos amigos lo eran de nuestra adolescencia, un par de "chicas" que hacía cuarenta y cuatro años que él no veía y de las que me hablaba a menudo. Habían llegado de Madrid esa misma mañana y sabían a quien esperaban.
-Le daremos una sorpresa –les dije.
El pobre diablo, sin saber de qué iba, se presentó como si nada. No las había reconocido.
-¿No las reconoces?
-¡Hostia!
Y pienso sobre lo pobres que seríamos si no mantuviéramos nuestra capacidad de asombro. Me gusta jugar con los sentidos de mis amigos, provocar su moral y buscar el punto en el que pierden su equilibrio emocional. Ese no ha sido el caso; sin embargo, sentí su perplejidad.
-Lo que hace el Facebook –le digo con intención, ya que es de los que niegan su utilidad y temen el exhibicionismo que cree que comporta.
-Las redes sociales solo sirven para exhibirse -me dijo hace días.
-Pues ya se han cargado tres dictaduras –le respondí entonces, y ahora podría añadir que ha recuperado algo muy bello gracias a ellas.

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Escribo mi tercer libro sin cesar. Borro, corto, copio, pego… y, al fin, elimino.
Sé que Amara lee el libro. Las noches de insomnio y de dolor no perdonan, se levanta y oigo como entra en el pequeño despacho, enciende el ordenador y navega entre fotos, películas y ficheros. A los pocos días y como por casualidad, me habla de una vieja historia.
-¿Recuerdas el 23F?
Y se ríe al recordar lo que hicimos, dónde estábamos, las exclamaciones de Jep, mi sorprendente respuesta, la indiferencia de Mónica…
No es la primera vez, días antes me habló de otros recuerdos, curiosamente también olvidados en mi historia.
Borro, corto, copio, pego… y elimino.
Sexo a borbotones, salvaje, brutal, casi animal; y tierno, emotivo, con amor o sin él. Sexo puro y sin fisuras sentimentales, sexo a raudales, más que hombre alguno haya podido conocer.
No puedo escribir un libro así, es imposible, nadie lo entendería, ni siquiera yo al repasarlo. Solo me queda hablar de los sentimientos, profundizar en ellos como si fueran los protagonistas, cuando, de haberlos, no eran partícipes de él y en su mayoría no pasaron de ser el resultado.
Y no me habla de él, quizá porque no sabe qué decir o porque es la única a quien no le asusta ni perturba.


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lunes, 28 de noviembre de 2011

LÁGRIMAS

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Ayer cenamos con Mila, recién llegada de Cuba después de su última travesía atlántica con Richard.
-No creo que aguante más de este invierno. Intentaré pasar las navidades lo mejor posible, pero no creo que podamos salvarlo.
Me lo dice con los ojos húmedos. Sinceramente, nunca he visto llorar a Mila, solo una vez a Anna al recordar su impotencia con la niña muerta en Cachemira, y la humedad en los ojos de Mónica, cuando equivocadamente pensó que debía escoger entre Jep y yo. En realidad es como si nunca hubieran llorado. Amara es distinta, sus emociones afloran con más facilidad y, aunque pocas veces, suele hacerlo con lágrimas, aunque nunca la he visto hacerlo ante la muerte.
Amara siempre dice que yo no sé llorar. Como algunas veces he explicado, parece como si mis ojos se hubieran secado hace mucho, tanto que hoy no recuerdo; sin embargo, lloro más que Mila, Mónica y Anna, y más ahora, que mis ojos parecen haber recuperado las lágrimas.
A veces pienso en lo extrañas que son mis amigas, las que fueron y aún considero como compañeras.
Después de cenar llevamos a Amara a casa y nos fuimos a tomar unas copas. He vuelto esta mañana, roto y sin resuello. Amara no ha preguntado qué habíamos hecho, nunca lo hace, pero sí cómo la he dejado.
-Aún no sé cómo, he despertado en su cama y a su lado. Solo recuerdo que nos reíamos de todo y ella terminó borracha como una cuba.
La primera vez que veo humedad en sus ojos y también que se emborracha. Ella jura que ha sido su primera vez y no tengo por qué desconfiar de su palabra.
Al mediodía la he llamado.
-Eres un cabrón. Estoy en la UCI y aún no sé qué me ha pasado.
La conozco, sé que ha tomado una determinación y que eso de las navidades solo es para convencerse. Su matrimonio o como quiera que se llame no pasará de Febrero.
-Este verano podrías pasar un tiempo conmigo –me dijo antes de caer embriagada.
-Más de quince días no podré, no quiero dejar a Amara mucho tiempo sola –respondí.
-Que venga también.
Pero sabe que más de un mes es imposible, su enfermedad y los aparatos que lleva no lo permiten. Mila, tan independiente y autónoma como Anna, me pide que no la abandone, igual cómo hace tantos años, casi cuarenta, cuando vivíamos juntos en la comuna.
¿Qué me dijo entonces, circulando al alba por la collada de Toses? Exactamente no lo recuerdo. Creo que algo parecido a: no sé que haría sin ti, algo sorprendente viniendo de una mujer como ella.
Nunca he hecho el sexo con mi amiga hermana, y ayer, que pasó por mi cabeza hacerlo, habría terminado en desastre por lo muy borrachos que estábamos. Hacer el amor es otra cosa, eso lo hacemos constantemente y con solo mirarnos.
 

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martes, 22 de noviembre de 2011

EL TREN

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Siento una sacudida y no sé la razón, es como si nuestro vagón, el de cabeza, hubiese pasado por encima de un madero. Silvia, mi compañera de asiento y buena amiga, se levanta, es su parada. Lo primero que pienso es que el tren se ha averiado, pero uno de los pasajeros cercanos a la puerta dice que alguien se ha tirado a la vía.
Más de la mitad del pasaje sale al andén e intenta acercarse a la cola para mirar. Prefiero esperar sentado, abro el libro y sigo leyendo la historia de Lituma, el cabo protagonista de la apasionante novela de Vargas Llosa, tan exacta como lejana a la realidad. Vargas Llosa se deja llevar por su ideología y por sus prejuicios, escribe endiabladamente bien, sin fisuras y con la enciclopedia en la mano, no como yo, que solo uso la memoria.
Hay gente para todo, pienso mientras sigo leyendo sentado. Por lo visto es cierto, alguien, hombre o mujer, se ha lanzado al paso del tren; el conductor, un tipo ya granado y que habrá visto de todo, ha tardado en salir de su cubículo y lo hace demacrado. Ahora ya son pocos los que quedan en el vagón, la mayoría ha salido, pero no para mirar sino para enterarse cómo llegar a su destino. Al fin, por los altavoces de la estación se anuncia que la línea está sin servicio y se nos pide que desalojemos el tren. Se tardará horas en abrir la línea en su totalidad, hasta que llegue el juez, el forense y lo que tarde el servicio de limpieza en retirar lo que quede. Salgo y miro hacia la cola, son pocos los mirones que se agolpan en la entrada del túnel, tal vez porque la mayoría ya ha satisfecho su morbosa curiosidad.
Vuelvo a pensar que hay gente para todo. El que no se cansa de ver sangre, el que con una vez tiene bastante, el que prefiere evitar su visión… yo me encuentro entre esos últimos. Nunca es agradable ver a un tipo espachurrado.
Lo primero que he sentido al enterarme de lo que había pasado es el golpeteo del tren, su sacudida, y me ha parecido horrible, como si fuera yo el que había pasado por encima.
Hay gente para todo... Muchos de los que corrieron para mirar, tardarán en olvidar y lo pasarán mal, sin embargo, yo lo haré pronto, incluso esta misma noche. Llamo a Amara para explicarle que ya me han hecho los análisis y de paso explicarle lo sucedido.
-¡Qué horror! -Me dice, cuando ella ha visto y vivido mucho de lo mismo, accidentes e intentos de suicidio, intentos porque los exitosos nunca llegaban a sus manos.
-Si, pero tú habrías sido de las primeras en mirar –le digo
-Claro, para asegurarme que esté muerto. No sería la primera vez que pasa y que lo salvan cortando la hemorragia de las piernas amputadas.
Y me pregunto el por qué tanto interés en salvar a un tipo que ha querido suicidase, encima con las piernas amputadas.
No, yo no puedo, no lo aguantaría, y, sin embargo, tuve que hacerlo y no con un desconocido o con alguien que quiso quitarse la vida. Una maestra despanzurrada, que momentos antes había estado desayunando conmigo, y unos niños destrozados o atravesados por trozos de vigas o grandes astillas, rotos como las muñecas de mi hermana después de caer en mis manos. El horror que al poco olvidé o en nada superé.

Días atrás Amara me preguntó si yo era capaz de matar. La miré sorprendido, solo en mi segundo libro sale la historia y todavía no la he escrito; Amara no la conoce, nadie excepto Artur, Mila y Lourdes, la Lidia de mi novela, y los pocos que la leyeron en este blog sin terminar de creerla.
El viaje al Perú me lo he saltado, no sé cómo enfrentarlo y no precisamente por lo sucedido en la barcaza, que es lo más nítido y sencillo, lo menos complicado de escribir.
Mi viaje al Perú no tuvo sentido, ni siquiera como remedio a la enfermedad que había consumido mi espíritu. No sé cómo contarlo porque no me gusta ni me siento cómodo. Debería haber vuelto el mismo día de mi llegada, porque desde ese momento hasta el último día, justo antes de embarcar de nuevo, fue desagradable. El paisaje, la gente, el ambiente… El altiplano, la selva, el río, el barquero, los senderistas, fueron lo de menos. En Perú la vida carece de valor, quizá porque allí, excepto los blanquitos ricos, la gente es pobre de solemnidad, muy desgraciada y vive pocos años.
Después de matar al barquero me derrumbé, caí al suelo y durante un buen rato no paré de temblar y llorar, incluso mis labios, mi cara y mis piernas temblaban. Lourdes creyó que era por lo que había hecho e intentó consolarme, pero no fue eso sino la tensión y el estrés; solo mucho después empecé a sentir el dolor. Desde un primer momento supe que era él o nosotros, no había más, y actué en consonancia y con frialdad, la misma que utilizamos durante la revuelta. La muerte de aquel asesino fue, tan solo, el resultado de una partida de ajedrez, cuyas piezas eran Lourdes, el colombiano y su compañera, yo, él, su india, su fusil, su revólver, la escasa munición y su precio, su rabia, su machete, su seguridad, mi capacidad de simulación y mi cuchillo; la cubierta y el río eran el tablero, nada más. Con estas piezas planteé el juego, el hizo lo mismo y también calculó los movimientos, pero no supo contar mis piezas o quizá su rabia no le dejó ver las ocultas.

Escribo a la vuelta, hace rato que el tren ha pasado por España, donde esta mañana el suicida se ha tirado a las vías. Ya no recordaba que esta historia la había empezado por él.
Da lo mismo, ese hombre ya no existe, tal como dentro de veinte o treinta años, en caso que se cumplan las estadísticas, me pasará a mí. La historia, la suya y la mía, quedará en el olvido y se convertirá en nada, igual que la del resto de la humanidad, simples iones de energía perecedera en la futura implosión interestelar, cuando todos los astros de este universo converjan y se conviertan en un punto de incalculable densidad.

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lunes, 21 de noviembre de 2011

...EL BLUES DE AMARA...

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La amistad con los dos médicos no frenó su afán de divertirse en solitario o disfrutar de nuevas aventuras, que ellas nombraban salir de caza. A Jep y a mí nos divertía esa expresión, tan sincera como precisa. Yo, con solo ver la excitación en su mirada y la ropa con que salía de casa, tan sensual como sencilla y aparentemente discreta por cierto, ya sabía cuál era el plan de la noche y se lo preguntaba directamente y con descaro.
-De caza supongo.
-¿Tanto se nota? -Me preguntaba divertida.
Eso los hombres solemos notarlo, otra cosa es que se reconozca. Ocurre que los más andan fuera de onda, el alcohol les engaña o la timidez les impide plantar cara. El hombre siempre está dispuesto y su hambre es compulsiva como la de un perro, en cambio, en eso la mujer es más cuidadosa y se parece más a un gato, que solo come cuando su estómago lo demanda.
El hombre con facilidad cae en la trampa de la mujer que se divierte atrayéndolo con su extremo descaro y que aparenta más apetito del que tiene. Por eso la auténtica cazadora es discreta y evita mostrarse en demasía, para poder escoger su presa sin que nada le estorbe. Nuestras compañeras eran buenas en eso y sabían que debían huir de los tipos que se dejan engatusar con facilidad, o de los que se sienten atraídos por el fácil espectáculo.
Mónica y Amara nunca mostraban animadversión, como hace la mayoría de las mujeres, hacia las que enredan o atraen al hombre mostrando su sexualidad con exuberancia. En todo caso las aceptaban como un útil complemento para facilitar una buena caza. Y cuando salíamos con ellas y nos embobábamos con alguna de esas mujeres, no tenían reparo en mofarse de nosotros.
-Estas tías solo sirven para discriminar a los estúpidos con poco fondo –nos decían con la sonrisa de una que sabe que te ha torpedeado los bajos.
Y nosotros les seguíamos el juego. Teníamos lo que queríamos y podíamos permitirnos lo que nos diera la gana, incluso hacer unas risas con alguna calienta braguetas.
Pocas veces entrábamos en una discoteca y, de hacerlo, solían ser las más refinadas, todo lo contrario de lo que a mi me gustaba. A Mónica le importaba poco, pero los demás aborrecían esos locales y solo soportaban los pocos donde podían sentarse y hablar con comodidad. Una noche que llovía y se nos había estropeado el plan, entramos en una de la calle Muntaner. Tenía fama de tranquila y poco concurrida. Estaba llena de gente, hombres en su mayoría, y en un extremo de la pista bailaban unas gogos medio desnudas. Pocos grupos de jóvenes, en su mayoría bien vestidos, y repartidos por las butacas; en la barra, algunas chicas con buen cuerpo y bien maquilladas, rodeadas de tipos mayores que nosotros. Al principio me sorprendió, no estaba acostumbrado a este tipo de locales. Amara y Mónica se miraron con complicidad, por lo visto lo conocían, supuse que, por la zona y por sus dos amigos médicos. Estaba claro que las chicas sentadas en la barra eran prostitutas caras, aparte de algunas de las que bailaban. Los grupos de jóvenes, aunque bien acompañados en su mayoría, debían visitar el lugar para divertirse con la vista, mientras que el resto, de nuestra edad como mínimo, buscaba un imposible o estaba dispuesto a que le vaciaran la cartera. Sin saberlo habíamos entrado en una local de alterne.
Jep y yo nos recreábamos con las gogos y el erotismo de su sensual baile, comentando lo buenas que estaban y el favor que estábamos dispuestos a darles, mientras nuestras compañeras se reían por nuestro embobamiento y nuestra simpleza.
-Creo que a esas ni pagando. Me parece que sus novios las esperan en la barra –nos dijo Mónica.
Las gogos pararon de bailar, supusimos que para hacer un descanso o por haber terminado su sesión.
Mónica y Amara se hablaron en voz baja, mientras Vicki y Anna se retorcían de risa. Nosotros, que no sabíamos de qué iba, las observamos con prudencia. De pronto Amara se levantó y se acercó a la barra, habló con uno de los camareros, luego con otro y volvió; dijo algo a Mónica y a Anna y se las llevó tras la barra. Nosotros, sorprendidos, preguntamos a Vicki qué se traían de cabeza. Ella ya no se reía, parecía expectante y algo preocupada.
-Viniendo de esas dos, seguro que algo gordo.
Un cuarto de hora más tarde volvió Anna con una sonrisa y se sentó junto a Vicki. Al poco vimos salir a las otras dos, no parecían las mismas, llevaban menos ropa y parecían algo más maquilladas, subieron a los pequeños y altos cilindros que servían de peana y se pusieron a bailar. La minifalda de Mónica, ya muy corta, parecía haberse encogido; mientras que Amara había doblado al máximo el bajo de sus shorts.
Anna, Joan, Biel y yo nos partíamos de risa, pero sin dejar de admirar su baile, tan o más sensual y erótico que el de las anteriores gogos. Poco a poco, entre una canción y otra y de espaldas a nosotros, empezaron a desnudarse. Parecían profesionales y lo hacían al unísono. Jep y Joan se removían inquietos en sus butacas y yo, por lo que más tarde me contaron, no podía cerrar la boca. Por la posición de sus brazos imaginé que los utilizaban para cubrir sus pechos. Los tipos de la barra, petrificados en sus taburetes parecían no creer lo que estaban viendo.
No era su primera vez. En nuestras fiestas de vez en cuando una de ellas nos regalaba con un espectáculo; pero así, casi al unísono y en el centro de una discoteca, era tan inesperado como impensable. Cada una bailaba a su manera, pero algunos gestos los hacían coordinadamente; como en el momento, que levantaron los brazos simulando recogerse el pelo tras la nuca. Una exclamación recorrió toda la sala. Se dieron la vuelta. Yo, ya repuesto de la primera sorpresa, sentí una gran excitación, parecía ser uno más. Miré a Jep y no pude más que reírme, se había cubierto la cara en un vano intento de no seguir mirando. Llevaban la cremallera bajada y contoneaban sus caderas, otra vez cubriendo sus pechos con los brazos, de manera que tanto la minifalda como los shorts, imparables, no paraban de deslizarse hacia el suelo. Mónica, con el cabello por encima de la cara, la boca entreabierta y una mirada que derretía un iceberg, con una mano empezó a acariciarse el vientre; parecía seguir una vertiginosa danza. Su falda ya solo le cubría el pubis y estaba al borde de caer, se la había arremangado en pleno éxtasis, de manera que parecía un ancho cinturón. Amara bailaba con las manos aguantando los shorts por la parte de atrás, ya que solo le cubrían parte del pubis, irguiendo sus pechos y mostrando su cuerpo con tanta naturalidad como erotismo.
Me volví hacia Jep.
-Creo que no llevan bragas.
Era lo más probable, dada la cantidad de carne a la vista. El pobre, que no se atrevía a mirar siquiera a través de los dedos, empezó a menear la cabeza.
A Jep, hombre público ya entonces, le preocupaba la imagen; según él no podía permitirse habladurías y había adiestrado a Mónica al respecto. No le importaba con quién estuviera o lo que hiciera, siempre y cuando fuese en la intimidad y con gente de confianza; pero el alcohol, la excitación y el ambiente, desbaratan las voluntades y hacen que la persona olvide sus promesas; aunque yo dudaba que algo de eso tuviera que ver en el asunto o que Mónica prometiera algo que afectara su libertad.
Súbitamente la música cambió, probablemente de manera pactada, y las dos chicas se arreglaron, bajaron de los pequeños escenarios y se refugiaron tras la barra. Debieron pensar que lo más prudente era esperar que se enfriara el ambiente y recuperar su imagen antes de cruzar el local. Al volver nos miraron con burla.
-¿Qué os ha parecido? ¿Nos merecemos un buen polvo o no? Incontables según los tíos que nos rodeaban, y ni os cuento la de dinero que estaban dispuestos a soltar por solo uno.
Habían pasado cuatro años de cuando la conocí. La transformación había sido tan radical que cualquiera de sus antiguos amigos no la reconocería; y pensé en sus compañeros de trabajo, que necesariamente habían vivido su cambio. Amara, como cualquiera de nosotros, compartía más tiempo, ideas e inquietudes con la gente de su entorno inmediato, que con su familia y sus amigos. Pero en su caso todavía era más profundo, la vida hospitalaria afecta más intensamente y sus dos amigos médicos eran un buen ejemplo. Yo no podía abstraerme de un cambio, que por mucho que lo hubiera vivido y promocionado, era tan brutal que hasta a mí se hacía extraño. Amara corría más que mi mente en todos los sentidos y la sensación de ir a su remolque, aparte de no molestarme, era tan evidente que me acostumbré a la situación. Quizá fuera entonces cuando descubrí que yo solo había sido una herramienta y en aquel momento ya ni eso. La complicidad de Amara con mis amigos era absoluta. En realidad habían sido Anna, Mónica y Mila quienes la habían despertado y la vida hospitalaria moldeado.
Recuerdo una noche en particular. Amara discutía con Jep y con Joan sobre algo que escapaba a la mayoría. Habíamos jugado una partida de cartas y, después, en cambio de bailar o divertirnos, nos habíamos puesto a hablar de las diferencias entre las distintas sociedades. Echados sobre los colchones y en los dos grandes sofás, había pedido unos minutos de silencio para explicar los entresijos de la mente humana, desde la disciplina psicológica, hasta la biológica pasando por la médica. Nadie de los presentes, prepotentes con su cultura y con la creencia de poseer más sabiduría, se atrevió a abrir la boca. Yo, recostado en el sofá, disfrutaba de las sensuales caricias, y los maravillosos besos de Anna, mientras escuchaba la disertación de mi compañera. Y me di cuenta que eran Anna y Mila quienes hablaban por su boca, sus mismas ideas, pero con otra manera de expresarlas, más concisa y fácil para nuestra sencilla mente.
De pronto sentí el beso en la garganta, tan característico, tan distinto a cualquiera, y sus dedos recorriendo mi nuca y mi cuero cabelludo. Me estremecí. Amara seguía hablando, ya no reclamaba minutos y silencio, no hacía falta, mientras Anna recorría mi cuerpo con sus manos, con su inconfundible tacto y suavidad, su repentino y cálido abrazo. Casi las mismas caricias, el mismo fuego, la misma manera de besar, casi. La miré entre divertido y emocionado, hasta en eso se notaba su influencia. Si cerraba los ojos y hacía un esfuerzo, en mi mente podía imaginar la gestualidad, la sensualidad y la manera de poseer y deshacer al macho de mi compañera. La diferencia solo se limitaba en su belleza, su atractivo y su apabullante desbordamiento sexual, que arrasaba hasta el punto de hacer olvidar a su maestra. Sonreí… ahora la recordaba en sus ligeros gestos, que servían para brindar su cuerpo al goce del macho, sin condiciones ni reservas; y la manera de mostrarlo, cubriéndolo con simulada timidez o marcando su poderosa sexualidad con sutil picardía.
Gracias, me habría gustado decir en aquel momento, gracias por todo lo que has hecho
¿De qué? Me habría preguntado sorprendida. Y yo habría callado por prudencia.
Para Amara la psicología era una pasión y la biología su hobby. Escuchando a Mila sus disertaciones y siguiendo sus investigaciones, había aprendido biología; y leyendo los artículos de Anna y siguiéndola en sus conferencias, había perfeccionado sus estudios de psicología. Amara en ningún momento puso la ideología como excusa, sabía que esa depende de la víscera y no admite reflexión; sin embargo, utilizó la mejor arma que disponía y a la que sus dos amigos, científicos y cultos, nunca se opondrían. El más joven del grupo y al que todos amparaban, les había desmontado el entramado ideológico con la incuestionable ciencia, igual que Darwin hizo con el creacionismo.
Se volvió con una sonrisa, la misma que conquistaba voluntades y destruía fronteras.
-Ahora, aclarado que la genética y las costumbres nada tienen que ver con las diferencias socioeconómicas, si queréis seguir con el tema nadie mejor que esos dos –dijo señalándonos, con la certeza que en eso les dábamos un baño.
Me encogí de hombros, mientras que Anna siguió acariciándome como si la cosa no fuera con ella. Ninguno de los dos estábamos dispuestos a discutir sobre un tema que saltaba a la vista. No era cosa nuestra que los demás no quisieran utilizar el cerebro, y tampoco teníamos interés en escuchar sus peregrinas ideas.
págs. 58, 59 y 60

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lunes, 14 de noviembre de 2011

DE CONFIANZA

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La gran farsa
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Y por si quedaba una duda.
Lo más divertido es que encima lo aplauden y le pagan un sueldazo.
Hay que ser estúpido...


Hace meses, sería por abril, Amara me comentó que había descubierto mi secreto.
¿Mi secreto? Me reí con ganas. De secretos tengo pocos y ninguno que ella no sepa.
-He descubierto tus blogs –me dijo satisfecha.
La miré perplejo. Mis blogs son públicos y entro a través de mis marcadores, mi sesión no está encriptada y conoce las claves de mis correos. Nada es exclusivamente mío, si quisiera podría, incluso, apropiarse de mi identidad. Más de una vez le había dicho que podía entrar libremente y leerlos, y supuse que los evitaba por respeto.
-¿Cómo has entrado? –Le pregunté.
Respondió que a través de hippieperdido y del blog de mi amiga Desordenada, que un día se lo brindé para que me explicara su enfermedad.
Maravilloso… Hippieperdido lo conoce mi hijo, mi nuera, mi hija… incluso su hermana y mi cuñado entran a él.
Me encogí de hombros, ¿qué más podía hacer? La noté tensa, como si se sintiera culpable de haber violado mi intimidad. Un mes antes había abierto su primera cuenta de correo y, para evitar su incomodidad, a través de ella le envié los enlaces de mis blogs favoritos, los que a mi modo de ver podían enriquecer su sed de lectura: Tautina, Gatopardo, Bimoya… y algunos otros a los que conoce personalmente; también le envié el enlace de Punset, de Menéame... Fue inútil, pues al ver que no me disgustaba siguió utilizando mi blog.
-¿Puedo comentar? –Me preguntó.
-Claro, pero a título personal –respondí.
No supo hacerlo. En mayo y durante mi ausencia hizo un par de comentarios y, al entrar a través de mi sesión, mis datos quedaron reflejados automáticamente. No sé a quién y al volver tampoco se lo pregunté ni los busqué, prefiero pasar página. Después de todo, durante aquellos días también utilizó mis cuentas de correo y mi teléfono por encargo personal.
Hoy, aunque siga algunos de mis blogs amigos, ya no comenta; tras el susto y mi correspondiente disgusto solo los lee.


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sábado, 12 de noviembre de 2011

...EL BLUES DE AMARA... (Una historia de amistad)

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"Mi compañero de aula". Una canción iraní, estudiantil y revolucionaria.
Al contrario que la nuestra, hay sociedades que merecen la democracia sin tenerla.


Por entonces, Amara y Mónica habían hecho amistad con dos médicos, amigos y compañeros de la primera. Muy extraño para el caso, pues tanto una como otra evitaban mezclar la diversión con el trabajo. Empezó de la manera más natural, con el constante roce y la complicidad. Unos años mayores que yo, atractivos, muy cultos y ya encumbrados en su profesión; amigos y compañeros de la facultad, que habían escogido la misma especialidad. Una conversación a la salida del hospital… No sé como fue, pero sí que Mónica, que ya era conocida, esperaba charlando con el guardia de seguridad.
Por entonces Amara había conseguido el turno de día y nuestra manera de vivir había cambiado por completo. Ya no hacía falta contratar una canguro. Las mañanas que ella trabajaba, yo vestía a los niños y los llevaba a la guardería.
Nos lo contaron entre emocionadas y divertidas. Aquellos dos médicos eran un referente de profesionalidad y humanismo para la mayoría. Amara se los había encontrado en el ascensor y hablaron de teatro y de cine, en particular de la película que tenían pensado ver aquella noche. Los dos amigos, después de un día estresante, también habían quedado para salir aquella noche, pero no para ir al cine sino a cenar y charlar de sus cosas, en suma, para olvidarse durante unas horas del trabajo.
¿Cómo pasó? Amara me contó que, divertida, le explicó que para combatir el estrés lo mejor era hacer unas risas, antes que cenar con otro en su misma situación; que por muy amigo que fuera no era el mejor remedio.
-¿Dónde cenaréis? –Le preguntó él, quizá con ánimo de cambiar el curso de una noche que ya vislumbraba aburrida.
No fueron al cine, terminaron en un pub tomando cócteles hasta altas horas de la noche y riéndose de todo. Llegaron a casa, se acostaron y, como benditas, se quedaron dormidas en nuestros brazos. Por la mañana los dormitorios todavía olían a alcohol. Amara libraba y no tenía necesidad de levantarse pronto, sin embargo, Mónica debía ir al trabajo y nos costó mucho hacer que se levantase.
A partir de aquel día se hicieron habituales. A ellos les gustaba su inteligente conversación y su juventud y a ellas la gran cultura que demostraban y su atractivo. Alternaban el teatro con el cine, un día escogían ellas y otro ellos y solían coincidir bastante en sus gustos. Cuando Amara me lo explicó pensé que ellas se esforzaban y ellos simulaban, pero al conocerlos mejor descubrí la gran empatía que compartían. Era curioso ver a unos médicos tan famosos, que se codeaban con la clase más alta, con políticos e intelectuales, creadores de técnicas revolucionarias y con varios libros de obligada lectura entre sus colegas, ir al teatro y al cine con dos bellísimas jóvenes sin esconderse de nadie. Luego, una vez en el trabajo, el trato volvía a ser convencional y protocolario.
Al principio Amara temió que la relación conllevara más exigencia y tensión, aunque solo fuera para demostrar al resto, que la curiosa amistad no significaba condescendencia. Pero no fue así, quizá por la madurez y profesionalidad de los tres.
-La mejor manera de evitar las habladurías es hacer pública la relación –me dijo un día.
Y cierto, no se escondía cuando hablaba con las compañeras sobre la película o el concierto de la noche anterior.
-¿Con Mónica o con Popol? –Le preguntaban sin aparentar excesiva curiosidad.
Y ella, que ya conocía el interés que provocaba, respondía que con Mónica y dos amigos del hospital. Y aunque todos supieran quienes eran, ante la sencilla respuesta preferían callar. Luego, cuando uno de ellos pasaba visita, cabía la posibilidad que comentara una anécdota de la noche sin amagarse de nada, tal vez para dejar sentado que cualquier habladuría estaba de más.
Amara nos contó que un día, en cambio de ir directamente a cenar, tuvieron que pasar por el domicilio de uno de ellos –ella ya conocía a su mujer, que la había cuidado en su parto- y las hicieron entrar y esperar en el salón.
-Son como nosotros –nos dijeron a su vuelta –sus dos compañeras estaban preparando su cena, entramos en la cocina y charlamos como si nada.
Al final cenaron en su casa y luego salieron a tomar unas copas. Sus compañeras no, ya que no podían dejar a los niños; la perfecta excusa para no reconocer que había un acuerdo que respetar.
Jep y yo nos reímos, él por el asombro que mostraban y yo por la divertida situación y porque estaba seguro que había sido preparada de antemano. Las dos mujeres debieron tener interés en conocer más y mejor a las dos jóvenes amigas de sus maridos, solo conocidas por lo que les habían contado.
Un par de semanas más tarde, a la siguiente salida, nos llamaron para avisarnos que no vendrían a dormir. A Jep y a mí no nos extrañó, sabíamos que el cariño y la complicidad algún día empezarían a surtir efecto. Tal vez sus compañeras también lo hubieran percibido y quisieron saber a qué se enfrentaban.
-¿Y dónde pasasteis la noche, si puede saberse? –Les preguntamos al día siguiente.
-Al piso del hermano de uno de ellos. Se ha ido a vivir a Londres por trabajo y le ha dejado las llaves –respondieron.
No era lo habitual. Que recuerde, de todas las salidas solo pasaron cuatro fuera de casa; tampoco abandonaron la costumbre de ir al cine y al teatro. El sexo solo era un sano y circunstancial suplemento, en especial para ellos, que lo habían convertido en un desahogo, a mi modo de ver, demasiado peligroso para su estabilidad conyugal.
Por Semana Santa los invitó a pasar un día en el barco con sus compañeras. Esperaba que tanto Mónica como Jep pudieran venir. No pudo ser, y de ellos solo pudo presentarse uno, ya que el otro había organizado una salida lejos de la ciudad. Yo, que creía estar preparado para todo, hice lo que pude para que nadie se sintiera incómodo. La situación era sorprendente hasta para mí. Una vez en alta mar, Amara, sin arrugarse, les planteó la posibilidad de hacer nudismo.
-Nosotros solemos hacerlo y a Popol le cuesta mucho mantenerse con el bañador puesto.
Yo nunca lo hubiese hecho, la diferencia de su cuerpo con el de la compañera de su amigo, de tan evidente se hacía insultante; incluso yo, acostumbrado a su desnudez, no paré en recrearme con su espectacular belleza; sin embargo, una vez más me sorprendió el encaje de aquella singular mujer, que la observó con admiración.
-Amara es preciosa, no me extraña que los hombres pierdan la cabeza con ella –me dijo casi orgullosa.
Les gustaba navegar y no parecían marearse, y les propuse, si no tenían inconveniente, pasar dos días con nosotros a la busca de bandadas de delfines, de grandes tortugas o algún banco de atunes en mar abierto. Todavía no era la época, pero ya empezaban a dejarse ver. Les preparamos el camarote de proa y lo pasamos bien, sobre todo yo, que admiraba la inteligencia y la cultura de su amigo, y disfrutaba con su charla.
En un momento me sentí estudiado por la mujer, pero de una manera tan sutil y respetuosa que no me provocó incomodidad. Probablemente querría saber de mis sentimientos, allí, en medio del mar y a muchas millas de la costa, cuando el hombre se descubre pequeño y el marino muy fuerte con los demás.
Qué debía pensar aquella gran mujer, con la que Amara hizo una muy buena relación y a la que acompañó en la terrible enfermedad que terminó con su vida. Dos parejas tan distintas, en que la compañera de uno lo pasaba bien con el esposo de la otra, sin que nadie pudiera decir que fueran amantes. Recuerdo su inteligente y tranquila mirada. Igual que yo, no simulaba desconocimiento. Cuando su compañero y Amara hablaban de un paciente más interesante de lo normal, de cómo enfrentó la enfermedad y su final, de su familia y de su personalidad, nuestras miradas se encontraban en un claro gesto de complicidad Y entonces entendí el gran amor que sentían el uno con el otro, su sensibilidad y lo mucho que se respetaban.
Tiempo después, cuando ya solo quedaba la amistad, a la mujer le detectaron un tumor maligno, incurable y rápido; y su compañero no dudó ni un instante en pedirle a Amara que cuidara de ella hasta el último momento. Y una vez más, la amistad, el amor, la vida y el sexo se entremezclaron sin necesidad de confundirse.
Pasados unos años, Mónica me contó algunos de sus juegos. A ellas les divertía brindarles las fantasías más extraordinarias, y más cuando las conocían y ya las habían practicado con nosotros. Con ellos les encantaba utilizar todos sus recursos, su exuberante belleza, su atractivo, su erotismo.
-Son felices con sus compañeras y las aman y respetan con locura, pero no se atrevían a pedirles ciertas cosas o ellas no eran capaces de responder satisfactoriamente. En el fondo, y por muy maduros y liberados que sean, son unos pardillos que se entusiasman con facilidad y se mueren por disimularlo. Para ellos, nosotras éramos una diversión y un desahogo. Lo más sano es que lo reconocían, sobre todo cuando practicábamos el sexo. Entonces les gustaba tratarnos como sus putitas cachondas y les seguíamos la corriente para darles el gustazo. Pero en cuanto todo terminaba, volvían a hacerlo con respeto e, incómodos, intentaban arreglarlo con su conversación y su franca amistad. –me explicó.
Y me reí, porque nuestras compañeras también nos sorprendían y entusiasmaban. La diferencia es que nosotros, al no disimularlo, conseguíamos ponernos a su altura.
Su relación se convirtió en un extraño intercambio y entendí el por qué no había fructificado. Los intercambios son posibles cuando existe equilibrio, sin embargo, en aquella relación ellas daban más de lo que recibían, y en el momento que empezaron a aburrirse dejaron de participar.
El hombre culto y encumbrado suele caer en la tentación de creerse por encima de los demás, como si el resto de los mortales fuera deudor de sus favores. Los dos amigos, aunque íntegros y humanos, no contaron que en ese intercambio también estaba la inteligencia y la personalidad de las dos mujeres, tan interesantes y cultas como ellos, su conversación y sus vivencias, que podían incluso ser superiores a las suyas. Al tratarlas como divertimento no pensaron que debían superarse y estar a su altura, volverlas locas en la cama y convertirse en una necesidad intelectual; en cambio, optaron por la pasividad, y, ellas, al agotar su repertorio perdieron el interés; ya no les divertía verlos enloquecer ni sentir su pasión de machos. Eso, con facilidad podían encontrarlo en casa, entre sus amigos o, incluso, después de una buena cacería.
-Son como la mayoría, ni más ni menos, pero se creen mejores, por lo que a menudo debíamos ponerlos en su sitio; entonces, avergonzados reconocían su error y bajaban al mundo de los mortales –siguió contándome Mónica.

Págs. 54, 55 y 56
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domingo, 6 de noviembre de 2011

CRISTINA

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Aunque no comparta su ideología, yo quiero a esta mujer en España, en cambio de los inútiles y cobardes que nos gobiernan.

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miércoles, 2 de noviembre de 2011

VÉRTIGO

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miércoles, 26 de octubre de 2011

...EL BLUES DE AMARA...

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Este vídeo le emociona, tal vez por haber sido voluntaria olímpica en el hospital de campaña.



Debo sobreponerme y seguir escribiendo mi último libro. No puede ser que escribir tres líneas sea tan costoso, que no sepa expresar mis sentimientos ni relatar lo que Amara es para mí, para nosotros. No puedo ni quiero entenderlo.

Cuando pienso en ella, la recuerdo rodeada de nuestros hijos y sus amigos, viviendo para ellos y peleando por su educación y por inculcarles unos valores basados en el respeto y la libertad. La recuerdo en el barco, sentada en la proa con los pies colgando, desnuda, disfrutando de olas de más de un metro. La recuerdo desnuda, bailando conmigo, con Jep, con Vicki… disfrutando de la piel y de la carne del hombre, ejerciendo su insuperable arte. La recuerdo viviendo por su profesión, incluso arriesgando su vida para ayudar a un accidentado.
¿Cómo puedo explicar algo así?
No puedo, no sé o quizá no sea el momento.

Al principio temí haber despertado un monstruo. Cuántas veces pensé en ello, cuántas… Creí haber sobrepasado el límite de lo humano, sin embargo, en realidad ni siquiera fui capaz de dibujar lo que creí que moldeaba. Lo único que hice es allanarle el camino que ella misma marcaba, aunque a veces, demasiadas, solo me quedaba seguir su rastro.

Pretendí que fuera y, sin embargo, he pasado media vida tras ella, solo para rubricar quien es.

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domingo, 16 de octubre de 2011

...EL BLUES DE AMARA...

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Hace tiempo, quizá un par de meses, que en mi tercera novela debería haber escrito sobre el viaje que Lourdes y yo hicimos al Perú; sin embargo, empecé por cómo conocí a Amara y los dos primeros años de nuestra relación. Nada menos que cuarenta y ocho páginas.
En realidad el libro empieza por el viaje y no debería llevarme demasiado tiempo ni esfuerzo. Mi memoria es fresca y este tipo de historias se me dan bien; en cambio, el relato de una relación como la de Amara conmigo supone un esfuerzo. Cada uno tiene su versión y ve las cosas de distinto modo. Es difícil congeniar el sentimiento de mi compañera con el mío y mostrar el por qué de una situación, lo que pensábamos y sentíamos.
El viaje con Anna a Cachemira es un relato y lo cuento tal como fue. No hablo de lo que ella pensaba o cómo lo vivió, excepto de lo que sé con certeza.
La revuelta y la terrible y agitada vida que llevamos Mónica y yo, la explico con dificultad y también respetando los grandes vacíos que tengo, sobre lo que sentían y pensaban mis compañeros, incluso Mónica; sin embargo, la he podido terminar sin demasiados contratiempos. En cambio, mi historia con Amara es distinto, discutimos y no nos ponemos de acuerdo. Ella la recuerda de una manera y yo de otra. La lee y se disgusta, no comprende cómo puedo pensar así de ella, cómo puedo ver las cosas desde tanta lejanía y frialdad.
-Yo no soy así –me dice.
Pero es la verdad. Yo solo cuento lo sucedido, tal como lo viví, sin juzgar ni plantearme lo que pensaba, soñaba, sentía…
Hace unos meses, tal vez fuera en julio, hablé por teléfono con mi amigo bloguero.
-A mi eso no me pasará –le dije, cuando me contó las dificultades que podría encontrarme al escribir una historia de tal magnitud, aunque fuera en forma de novela. Y es cierto, pese la discusión con Amara y su perplejidad al leer la historia, la sigo escribiendo y ella lo respeta. Y sin embargo, no sé cómo enfrentar lo sucedido en el Perú, cómo reflejarlo sobre el papel.

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El pasado domingo compré en el mercado de Sant Antoni, "Lituma en los Andes", de Mario Vargas Llosa. Y me asombra la semejanza, los pueblos y ciudades, la historia que cuenta… Y los terruños, como despectivamente llaman a cualquier indígena que quiere reclamar justicia. Explica que los indígenas de la zona hablan el quechua, sin embargo, nosotros hablamos en castellano, mientras que algunos de los que encontramos hablaban el aymara. También cuenta que los senderistas hablaban el castellano y con fluidez, y en esto coincidimos.
Solo llevo leídas cuarenta y cinco páginas de la primera edición, demasiado pocas para opinar; pero que han servido para refrescar mi memoria sobre palabras olvidadas. El castellano de Perú es rico y culto, a mi modo de ver, más que en España; y los senderistas que conocí lo hablaban bien, incluso las mujeres indígenas.
Vivir para ver…
Todavía no sé cómo termina la pareja de franceses de la novela, que Sendero apresa en el autobús de línea. Me recuerdan a los que conocí en Cuzco, aventureros como ellos, pero con más valor y arrojo, más templados y preparados para lo que deviniera. Con el tiempo pensé que quizá fue la tranquilidad de aquel francés, y la simpatía y templanza de su compañera, que nos contagiaron; la serenidad con que pusieron sus vidas en nuestras manos, lo que nos salvó la vida. Y el mutismo del colombiano, que prefirió el silencio; y la melodiosa voz de su valiente compañera, que miraba a sus captores a los ojos como Lourdes y yo, como si le diera lo mismo que la mataran o no.
Vivir para ver…

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jueves, 6 de octubre de 2011

...EL BLUES DE AMARA... (Un agradable receso)

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         No todo el mundo tiene el primer número de la revista satírica Papitu.
         El gráfico muestra cómo dos candidatos antagonistas pregonan lo mismo con distintos idiomas.

Anoche escribí en mi tercer libro cómo fue engendrado Alvar; y esta mañana, no sé a santo de qué, he recordado a la hija de Anna, de la que no sé nada. En el poblado no se me ocurrió preguntarle por ella y Mónica nunca la menciona. Es como si no existiera.
Por la fecha cabía la posibilidad que mi hijo fuese natural de Alvar, pero el tiempo ha demostrando, con los gestos, la manera de andar y algunas pequeñas similitudes físicas, que el padre soy yo. También es cierto que, según mi amigo, aquel día de locura y amor con el Cap de Creus de fondo, no pudo eyacular, aunque aún hoy siga recodándola mágica e insuperable. A nuestro hijo lo bautizamos con su nombre, no por el lugar o por cómo fue engendrado sino por el amor que siento por él.
Mi hija Marta, la que más se parece físicamente a mí, es distinta a todos. A veces me pregunto de dónde demonios pudo sacar su carácter. En cambio, Alvar es mitad Amara y mitad yo, quizá por eso nos desconcierte tanto. Marta es más plana y previsible, por muy fuerte e independiente que sea. Alvar es… distinto.
Ayer nos escribió desde una isla caboverdiana. Decía que ya es seguro que vendrá en diciembre, y que en marzo volverá a marchar hasta diciembre del próximo año. Lleva allí no sé cuántos meses cuidando tortugas marinas, amparando y estudiando sus puestas y su nacimiento. Vive como puede y pasa semanas enteras con su compañera, que está tan chalada como nosotros, acampado en una playa, en teoría desierta, pero frecuentada por cazadores furtivos.
En realidad nadie sabe qué hará el próximo año, ni siquiera él por mucho que diga. En diciembre lo podrían reclamar para estudiar la barrera coralina de Australia, los huevos de los pingüinos del cabo de Hornos o la leche de la cabra himalaya; que sé yo. Alvar es alpinista, espeleólogo, marino, submarinista… y biólogo.

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Amara me pregunta por algunas facetas de mi relación con Anna, hasta ahora, desconocidas para ella.
-Si no fuera porque os conozco, pensaría que has mezclado dos personas en una –me dice.
Y sí, es cierto, lo parece. Sin embargo, esta paradoja aún es más evidente con Mónica, uno de los protagonistas de mi segunda novela, y seguramente no se extrañará, ya que de ella no desconoce nada; aunque, ahora que lo pienso, con Mónica todo es posible. Mi gran amiga hermana puede estar quince días sin abrir la boca, sin que nadie se entere. Y no es mimo lo que hace, que de eso no sabe, sino que participa de tal modo, que cuando le preguntas a alguien si nuestra amiga está de acuerdo de lo que hablamos hace días, responde que sí con sincera seguridad, sin poder determinar cómo lo sabe ni quién se lo ha dicho.
Hace muchos años, cuando empecé a escribir nuestra historia, me pidió que lo hiciera por y para ella. Lo intenté y no pude. Me salían pocas cosas y mal. Hace unos días volvió a pedírmelo y decidí cumplir su pedido en cuanto terminase mi tercera novela.
-Deberás pasar un tiempo conmigo, casi pegada a mí y hablar mucho -le dije para prepararla.
-¿Por qué?
-Para conocerte mejor, saber lo que piensas –respondí.
-¡Pero si de mí lo sabes todo!
Me la quedé mirando… No, apenas sé algo de ella; ni siquiera Jep sabe cómo piensa y qué le pasa por la cabeza, cuando se enfrenta a un problema. Y al recordar le pregunté qué pensó cuando nos conocimos, cuando su primera vez con Jep, cuando corría delante y tras la policía, cuando tuvo a su hija, a su hijo…

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En mi tercer libro me atasco demasiado, como si la historia que cuento no me perteneciese, todo lo contrario que con los otros dos, que los escribí de seguido y casi sin parar. Además, hay demasiado sexo.
El sexo es omnipresente durante los primeros catorce o quince años de mi historia con Amara, hasta un límite que dudo que alguien pueda imaginar. Amara era un animal sexual absoluto y en todos los sentidos, el que emitía por su especial belleza, por cada uno de los poros de su piel, de su mirada, de su boca, de su cuerpo; que mezclaba la amistad, el amor y la ternura con el sexo más refinado, brutal, tierno o salvaje, que yo y cualquiera de nuestros amigos hayamos podido conocer.
Mi compañera tenía dos vidas, la familiar y la del trabajo, distintas y separadas por un infranqueable muro; y vividas con tal intensidad que se me hace difícil explicarlo.
Hace poco, al hablar de este tema con Mónica, me contaba que le doy demasiadas vueltas a las cosas, que Amara es como ella y le gusta vivir el momento, sin pensar en su maldad o en su bondad. Necesita tocar y sentir a las personas que le motivan y le gustan, de la misma manera que a un paisaje, una situación, un animal, el mar… Como cuando andaba por la montaña con Jep buscando animales, plantas o hablando de lo que más le interesaba. O cuando se lanzaba al mar y daba de comer a los peces que la rodeaban y picoteaban; o al encontrar una estrella de mar y hacía lo posible para enseñárnosla sin moverla del sitio, solo acariciándola. O cuando, con mar gruesa, se sentaba en la proa con las piernas colgando inspirando con intensidad, como si quisiera apoderarse del instante, del aire y del agua. Y con los amigos también era así. No podía concebir el poder compartir su vida, sus inquietudes, sus sentimientos con ellos, sin amarlos, sentirlos en su interior, inspirarlos hasta el límite. 

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domingo, 25 de septiembre de 2011

ANNA, SIEMPRE ANNA...

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El pasado lunes recibí un correo de Anna. Dice que está bien y que sigue en la brecha.
Solo puede conectarse muy de tanto en tanto, cuando consigue llegar a un pueblo tailandés con suficiente cobertura, que más o menos viene a ser una o dos veces cada tres meses. También me cuenta que en algunos poblados del interior de Myanmar, los animales y la gente mueren. Cree que el gobierno está utilizando productos químicos o biológicos llegados de la China.
Los militares se apropian de la tierra, esclavizan a la gente y siembran adormidera. Pueblos enteros huyen y se trasladan a Laos, a Tailandia o a barrios de chabolas. Dice que no hay médicos ni medicinas y que para conseguir desplazar a la población, el ejército ataca los poblados y mata todo lo que encuentra, excepto a las mujeres jóvenes, que se las llevan para prostituirlas o encarcelarlas y utilizarlas para el desahogo de sus soldados. Me cuenta que las ponen en hileras y son escogidas por orden jerárquica. Pero eso ya lo vimos Alvar (el Artur de mi novela), Julián y yo de adolescentes en la selva de la Guinea ecuatorial. Allí eran las mujeres y las hijas de los peones, y los leñadores españoles sus violadores, que también las escogían por jerarquía.
Todo eso me cuenta en su carta, aunque yo ya lo sabía. A su compañera, después de violarla, le destrozaron las rodillas con una maza por no ser lo suficiente sumisa. Anna tuvo más suerte, era europea y alguien de aquí movería los hilos y terminaría pagando.
Pese a todo, me cuenta que es feliz y que su trabajo avanza, que sus compañeras son maravillosas, aunque muchas de ellas hayan perdido a sus compañeros.

Los destacamentos de los pueblos del interior malviven y son dirigidos por oficiales olvidados o sin influencia. Son el último mono de la tribu y casi cobran por resultados. Si desplazan un poblado demasiado díscolo se llevan una cantidad, si consiguen que trabaje para ellos y cultive adormidera, se llevan otro pellizco o se convierten en futuros hacendados. Si atrapan a algún revolucionario, lo eliminan si es hombre o se divierten con él si es mujer y joven, que es el caso de la compañera de Anna. Y si es un europeo, se le acusa de contrabando o de ser traficante, que es lo más sencillo y práctico, y por él cobran una comisión o directamente el producto del chantaje.
A su compañera se la llevaron arrastrándola, ya que andar no podía, y nadie volvió a saber de ella. Con Anna fue distinto.

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Amara ya lleva el electro-estimulador en su espalda, el martes se lo introducirán de manera permanente. Cuando el dolor ataca lo conecta, siente un hormigueo en las piernas y el dolor se le mitiga. Apenas puede moverse, los electrodos podrían migrar y no servirían de nada. Según el médico en quince días se habrá desarrollado la suficiente fibrosis a su alrededor para estabilizarlos.
Jep y Mónica pasaron por casa y se quedaron a cenar, y me contaron que también habían recibido el correo de Anna.
Y tuve que levantarme de la mesa con la excusa de tener una necesidad. Una vez más las lágrimas volvieron a brotar de mis ojos, pocas, ya que ni siquiera sentí su humedad en mis mejillas, pero eran. Me miré en el espejo, abrí el grifo y me lavé la cara.
Jep, el más sensato y equilibrado de todos nosotros, me había confesado que, de no haberlo hecho a mi manera y hacer caso a Biel y al resto, Anna todavía estaría presa y casi sin posibilidad de salir viva.
Con ella se me secaron los ojos en Cachemira, y no volví a llorar hasta doce años después, cuando nació mi hija. Luego pasaron veintinueve sin sentir otra lágrima, hasta finales de Mayo de este año, que pude abrazarla de nuevo en plena jungla birmana.
-Fue muy arriesgado. Podría haber salido mal –dijo entonces Jep.
-Pero salió como debía –respondí.
Todo en esta vida puede salir mal, siempre cabe la posibilidad. En este caso habríamos dejado la piel, solo eso, le podría haber respondido; pero preferí el silencio.
Para hablar y decir lo que hago, pienso y sueño, ya tengo el blog, anónimo como necesito y humano como me gusta; y, gracias a él,  imagino que así todos saben lo que hago, digo, pienso y sueño.

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Escribo el tercer libro de mi historia, mientras doy los últimos toques al segundo y mi hija y mi compañera terminan de corregir el primero. Y al repasarla pienso que, como un día dijo Pili (la Mila de mis novelas), hemos vivido.

Y veo a un tipo que ha corrido algo de mundo, ni más ni menos que muchos otros; que ha pasado por divertidas aventuras y peligrosos trances, pero no más que otros; y que tanto lo uno como lo otro lo ha respirado con toda la intensidad posible. Pero, como el último, ya prácticamente con sesenta y la errónea certeza que nunca volvería a vivir nada semejante, ninguno.

Anna es la única protagonista de mi novela, a la que mantengo su auténtico nombre.
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domingo, 4 de septiembre de 2011

FACEBOOK

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Hace unos días tuve una inesperada alegría. En mi cuenta del Facebook, la familiar en la que sale mi nombre y mis apellidos, recibí un mensaje:
¿Eres Pau, el que recuerdo, amigo de Joan, de Jep?
Soy Mara.
¿Cómo te va, qué sabes de ellos, de Mónica, de Carlota...?

Dispongo de dos Facebooks, uno para la familia y los viejos amigos, el otro para los recientes de la blogesfera y para alguno de los primeros.
¿Por qué?
Para no mezclar y poder estar en todos.
Comparto y publico los mismos temas, enlaces, fotografías, películas... pero con dos maneras distintas de plantearlas.
No me gusta eso de tener cientos de amigos, que luego tampoco sirve para mucho. Prefiero cincuenta o sesenta en cada uno de ellos, es más controlable y puedes estar en todo, aunque lo cierto es que siempre sobra alguien y falta alguno.

Respondí su mensaje, entré en sus amigos y encontré a Tesa. Me emocioné.
Ando, desde hace tiempo, a la búsqueda de Carlota, de Inma y de Lourdes; mujeres que me emocionaron y que marcaron mi vida. No las encuentro, no hay manera, igual que a muchos otros viejos amigos de aventuras y desventuras.
La gente de sesenta no es muy dada a entrar en estos sitios, los temen, no saben que el control lo tienen ellos.

Facebook me ha servido de mucho, pero lo más importante es que me ha facilitado el reencuentro con personas queridas y lejanas, esta vez de Madrid, que en un próximo viaje volveré a encontrarlas, pero en vivo.


Ahora mismo y sorpresivamente, acabo de encontrar a Inma. Sorpresivamente, porque hace un mes todavía no tenía una cuenta en Facebook o no la encontraba.


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jueves, 1 de septiembre de 2011

Y UNA IMPOSIBLE DESPEDIDA

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Por la noche, sedada pero aún consciente, le dije que había sido un placer haber sido su hijo.


La familia, mi padre en especial, quería velarla con el ataúd cerrado. No quise, tantos días con ella, casi sin moverme de su lado y sin haber podido despedirme como merecía. Necesitaba verla.
En el hospital tuve miedo que se diera cuenta, cuando en realidad era la más preparada y no paró de despedirse. Al dejarla con mi hermana, solo me preguntaba si a la mañana siguiente volvería a verme.
Llegué antes que nadie al velatorio, cuando sabía que el resto todavía estaría durmiendo. Me senté a su lado e intenté hablarle, aunque en silencio. Sabía que no podía oírme, que por su cerebro ya no corría la sangre necesaria, que no recibía oxígeno; pero me daba lo mismo.

Me han quedado tantas cosas que contarle, que no hay vida suficiente para ello.
Los miércoles la recogía del bar donde se reunía con sus amigas de la infancia. Me gustaba y disfrutaba del viaje, ameno, tranquilo... en el que nos contábamos las últimas experiencias, las últimas aventuras, lo que pensábamos sobre una u otra cosa. Igual que hice con su madre, tan abandonada por ella misma, que en sus últimos momentos recordó lo mucho que la hizo sufrir con sus desprecios y la dejadez con que la trató.

No paró de entrar gente para saludarme, en su mayoría para quedar bien y hacer el paripé. Amara intentaba no dejarme solo por estar convencida que necesitaba su consuelo, cuando para mí era una molestia. Yo solo intentaba concentrarme, pensar en ella y en todas las cosas que me quedaron por decirle.
De todos los que había, solo Amara por su trabajo y yo por mi historia, estábamos acostumbrados a la muerte; la habíamos tocado, sentido y casi hablado con ella.
No, yo no necesito consuelo. La muerte es parte de la vida y sin la una no puede haber la otra. La muerte es lo más natural de este mundo y lo que con más exactitud acontece.
Ahora que sabemos que hasta el Universo nace y muere, que la materia es y deja de ser, que ni siquiera es necesario un dios para que exista y desaparezca... qué más da consolarse o no por algo inevitable y seguro, que no es bueno ni malo.

Nada peor que un velatorio para despedirse de un ser querido.

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EL BLUES DE AMARA...

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-¿No os basto yo?
La miro, sonrío… Los dos sevillanos parecen desconcertados. No esperaban esta salida, yo tampoco.


Los habíamos visto por la mañana con sus tablas. Ya en la playa no dejaban de mirarla embobados, mientras ella se exhibía con naturalidad. Yo, de vez en cuando los observaba; a ellos, que a duras penas podían mantener el equilibrio sobre las crestas; a ella, que unas veces se situaba de lado enseñando su silueta, y otras de espaldas escamoteando la visión de su increíble cuerpo.
Extrovertida, alegre… salta las olas y ayuda a uno de ellos a recoger la tabla. Él le dice algo, y ella, con una risa, cubre su desnudez con la tabla simulando quedársela. Después charla con los dos, lo justo para demostrar cercanía, sin abandonar cierta distancia.
Se acerca a la toalla y se echa a mi lado. No me dice nada, solo sonríe. Me gusta su mirada, el imperceptible gesto de cazadora satisfecha.
Momentos antes lo habíamos hablado, aún so sé por qué. Ahora no sabría, no podría dar una explicación. Quizá porque para mí es parte de un juego, el divertimento que busco en cualquier rincón de mi vida.
Disfruto de su felicidad, de cómo ejerce su poder de seducción, de que por fin se sienta viva, atractiva.
-¿Te gustan?
-Están de muerte.
-Vamos… que te los tirarías ya mismo. –le respondí riéndome, con el suficiente desenfado para que no se sintiera cohibida.
Por qué no, parecía decir su mirada. Por qué debemos anteponer la falsa moralina.
En realidad lo deseaba y yo la ayudaba para que lo convirtiera en una fantasía.
-¿Por qué no? Es tu cuerpo, tu deseo… Lo demás es falso, es la moral que te han impuesto sin darte ninguna explicación, la de la iglesia y de las monjas de la escuela –le dije para convencerla que no debía sentir ningún reparo.
Después de todo ya nos habíamos saltado esta falsa moral con Jep, con Joan, con Biel… en nuestra casa de la Cerdaña. Pero esta vez es distinto y con unos desconocidos, que aún no sabe cómo piensan, cómo son, cómo huelen, cómo es su tacto; sin embargo, es consciente que la desean y le apetece probar.
Me levanté y recogí mi toalla, como si ya tuviera suficiente sol, lo cual era cierto. La arena ardía y ya no podía soportarlo más. No me apetecía volver a bañarme.
Me siguió. Quizá no osara o le intimidara quedarse sola.
Volvimos al bungalow y nos duchamos. Habíamos adaptado la estancia para darnos el mejor placer, en este caso el mío, puesto que por mucho que la viera o la disfrutase, nunca me cansaba de recrearme a su costa.
Aparecieron al rato de habernos sentado para el aperitivo, impecables y elegantes, haciendo gala de lo que eran: unos señoritos sevillanos. Altos, delgados y atléticos, de edad parecida a la mía, quizá algo menos, pero sin parecerlo. Nos saludaron e hice el gesto de dejarles sitio.
De amena y educada conversación. Hablamos del mar, de la peculiaridad del estrecho y de sus corrientes, del deporte que tanto les fascinaba, por entonces muy raro en la península. Después de comer volvieron a la playa para seguir practicando, y nosotros hicimos una excursión hacia el interior.
-Nos vemos esta noche y tomamos unas copas –les dije al despedirnos.
El barman, solícito, nos dejó una botella de whiski y otra de cava, que era lo que a ella le apetecía, cerró el bar y nos dejó el aparato de música en marcha. Éramos los únicos clientes del recién estrenado hotel y no nos supo mal, no tenía otro trabajo qué hacer. Sobre la mesa quedaron encendidas unas pequeñas luces a forma de guirnalda, que, aparte de las farolas del jardín, iluminaban tenuemente todo el complejo.
Y seguimos charlando, esta vez de trabajo, del suyo como enfermera en un famoso hospital barcelonés, de su pasión por la medicina y de sus estudios truncados por la familia. Y ellos, una vez más hablaron de su gran afición y de las olas que se formaban en aquella maravillosa playa frente la costa de Marruecos, por un lado tan tranquila y por otro tan solitaria.
-Con un par de chicas como tú ya sería el colmo –le dijeron con su inmensa gracia, a modo de piropo.
Y ella, con la camisa desabrochada y abierta hasta más allá de sus hombros, simulando un calor que nadie podía notar a aquellas horas, respondió con un gracioso mohín...
-¿No os basto yo?
Y sí… siento el desconcierto. Y antes que respondan con una broma o uno de sus requiebros, me introduzco en su bando, tratándola como independiente y libre, como si solo la conociera de esta preciosa y cálida noche de verano.
-Somos tres. Quizá no tuviéramos bastante –le digo riéndome con ganas, pero manteniendo su tono, el de su provocativo mensaje.
Y sigue la broma, más desafiante si cabe, acompañada de su apabullante sensualidad y gracia.
-Eso, en todo caso habría que verlo.
Me admiro y me pregunto por su cambio. Qué habrá pasado, cuando solo hace una semana, justo el día de nuestra boda, todavía demostraba timidez y denotaba algo de su antiguo complejo.
Uno de ellos, casi por probar y medio en broma, la provoca y le pide que nos haga un estriptis, -después de todo ya la habíamos visto desnuda en la playa- y ella le sigue el juego.
-Tú me desnudas lentamente mientras nos bebemos una copa de cava a la vez. En el momento que caiga una sola gota en el suelo, paramos.
Risas, juego… El tipo, pese la dificultad de hacerlo todo a un mismo tiempo, lo intenta. Ella le da la espalda para ayudarlo, gira su cabeza y coge la de él para unir sus bocas en la copa. De vez en cuando también aprovecha para desabrocharle los botones de la camisa y se ríe al conseguirlo.
-Como te descuides terminaré yo antes contigo –oigo que le dice con una sensualidad que embriaga, que, a nosotros, invitados de piedra, nos pone a mil.
Mi compañero no dice nada, no osa romper el encanto. Yo, excitado como nunca, lo vigilo de reojo, no fuera que me pregunte o que se sienta intimidado. Pienso en decir algo para cortar su preocupación, pero de mi garganta solo sale un gutural ¡Joder! cuando su compañero consigue bajarle los pantalones y ella arquea su cuerpo hasta pegarse a él y beber otro sorbo.
Ella, prácticamente desnuda, baja una mano mientras lo abraza con la otra para no perder ni una gota, y empieza a desabrocharle la bragueta del pantalón.
Oímos risas y gritos…
-¡Que cae, que cae!
Pero de inmediato, más risas y la exclamación de que no ha tocado el suelo. Y es lógico, porque entre los dos cuerpos no queda espacio para una pluma y su juego se ha convertido en un tórrido baile de una pareja desnuda, en el que nosotros solo servimos para llenar la copa muy de vez en cuando.
De pronto paran y se acercan para sentarse, el uno con solo los calzoncillos y ella ya sin bragas. Se ríen a carcajadas, sin parar. Y es que el pobre ya lleva rato con una erección de cuidado y han terminado tomándoselo a broma.
-¿Qué quieres chica? Uno no es de piedra.
-No te preocupes, yo también estoy cachonda perdida.
Y hace el gesto de ventarse con la mano, mientras mira con indisimulada admiración el gran paquete de su compañero.
-Podríamos seguir el juego en nuestro bungalow –intervengo con la seguridad de lo que todos buscamos y nadie se atreve a proponer. –Nosotros también queremos nuestra ración y quizá no nos conformemos con un simple calentón.
Me espanta la situación. Con los amigos todo es más fácil. El cambio de parejas, su relación con Jep… Por muy libres que seamos, nunca salimos de nuestro entorno. Esto es distinto, más brutal y salvaje.
Está espléndida, más bella y sensual que nunca, se siente fuerte y segura, dominante.
Desenchufamos el cable de las guirnaldas y de la música, recogemos las dos botellas y las copas y entramos en el bungalow, encendemos el hilo musical y uno a uno bailamos con ella, dejando que nos desnude poco a poco mientras araña nuestros cuerpos, nuestros sexos; mientras nos devora y nos enloquece. El límite lo pone ella, la situación y el ambiente, y lo cierto es que no lo hay porque no lo quiere.
Y con asombro descubro su arte, casi único, el que tantos estragos provocará a su paso. El desconocido se siente parte de ella y no se extraña; y ella lo trata como íntimo y próximo, demostrándole una empatía difícil de igualar.
No sé cuántas han sido las veces, parecemos cuatro guiñapos y hemos estado durmiendo hasta que el cuerpo ha dicho basta. Me levanto y a mi alrededor solo veo cojines, colchones y sexo. Mis compañeros se desperezan. Ella entra en el baño y al poco nos llama. Quiere ducharnos uno a uno para saborearnos antes de la despedida. Incluso yo pienso que debo aprovechar el momento como si fuera uno más.
Desayunamos en la terraza como si nada hubiera pasado y nos despedimos con un abrazo, y ella con un casto beso.
-Ha estado bien, muy bien –me dice ya en el coche en dirección a Granada, mientras se acomoda para echar una cabezada.
Para ella ha sido una experiencia increíble y fantástica; para mí una sorpresa a la que deberé acostumbrarme, con la sensación que tanto puedo haber despertado un monstruo como todo lo contrario.

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martes, 23 de agosto de 2011

UN TRISTE ADIOS

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El mar, siempre el mar...
Quien no haya navegado en una tempestad no puede imaginar lo que es.



86, ochenta y seis años y con un corazón hecho polvo en todos los sentidos, andando por una pronunciada cuesta a treinta y cinco grados centígrados, 35...
El resultado... Mi madre con un fuerte golpe de calor. El corazón, roto por fuera, roto por dentro, falló, dejó de irrigar sus riñones repletos de piedras.
Ahora languidece en una habitación del hospital, junto una mujer con Alzehimer abandonada por su familia. Está muriendo lentamente, sedada para que no sufra como unos días atrás, que abrazada a mí temblaba de fiebre, que no sabía como consolarla, llena de tubos, bombas y cables.
Y todo por el empeño de mi padre en ir a misa, que para hablar con su dios necesita ir a la iglesia acompañado por su mujer.

El médico me dice que está a punto, que esta noche o mañana dejará de respirar.
Mi padre ha pedido un cura y ha recibido la extremaunción con ella. Dice que es lo último que harán juntos. El cura, según Amara, estaba alucinado por lo que veía.

Si no fuera porque es mi madre, por el desastre que representa... me moriría de risa.

Una semana quejándose sin que nadie le hiciera caso. Yo en Huesca sin entender qué pasaba, con mi hermana llamándome periódicamente sin saber qué hacer, desesperada, pero comentándome que no había prisa, que no pasaba nada, que parecía cuento...
Una mujer que nunca ha querido molestar a nadie, que su mayor deseo era pasar desapercibida y vivir junto a un hombre débil y estúpido, egoísta y enloquecido por los curas. Una mujer fiel a su familia hasta su último aliento, que se lamenta del trabajo que da, del sacrificio que representa cuidarla.
Si no fuera porque es mi madre me partiría la caja.


Escribo estas líneas antes de marchar al Hospital. Amara y yo estaremos con ella toda la noche, igual que esta mañana, que he conseguido que nadie la moleste, y nos alternaremos con mi hermana y mi cuñado.

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Ayer por fin murió en brazos de mi hermana. Dos días antes se lamentaba por el trabajo que nos estaba dando y lo mucho que le dolía.
Hacía años, tantos que ni recuerdo, que no lloraba. A veces digo que lo hago, pero solo es una manera de explicar mis emociones. En realidad no es así.
Bien... Hoy todo ha terminado y, como es habitual, he tenido que aguantar encontrarme con gente indeseable para mí, que confunde el duelo con una obligada comedia que solo sirve para hacerse notar.


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Es bueno tener este blog, donde comparto mis sentimientos con los cuatro que me leen, que más no hay y me alegra; algo que hace unos años empecé a perseguir, sin necesidad de desmerecer su calidad, y que ahora ya he conseguido.

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martes, 16 de agosto de 2011

CERCA DE GRAUS

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Este dibujo fue publicado el 13 de Enero de 1909 en la revista satírica Papitu, y se titula "El bloque de las grietas".
Como puede observarse, nada ha cambiado.
Clicar sobre el dibujo para verlo en su tamaño.

En Huesca, una vez más con el Turbón al fondo y el precioso pantano del Grado a mis pies, después de haberme bañado en sus limpias y frescas aguas…
Amara, sentada sobre una gran piedra, lápiz en mano corrige “Piel de salamandra”

Y como quien no quiere la cosa, me llama la atención sobre la cantidad de sexo existente al comienzo de mi primera novela. En principio no debería opinar sobre eso, lo sabe y si lo hace es por algo.
La repaso… no hay más del que debiera, tampoco se trasluce obsesión.
Un chaval de diecisiete, dieciocho… buena parte de su pensamiento lo dedica al sexo. Es natural y sano, sin embargo, ese no es el caso; el protagonista no padeció ninguna obsesión por el sexo, más bien pecaba de ser templado y muy reticente a él.
Amara dice que al tratarlo soy demasiado explícito. Y le pregunto si encuentra algún fallo en la descripción que hago de las personas, de los edificios, de los paisajes…
-No, al contrario, los expones y los detallas muy bien –me dice.
Y me alegro. Eso significa que algo bueno he extraído de las enseñanzas de mi maestro.
-Pues tal como detallo las personas, las casas, los paisajes… así hago con el sexo; el poco que pudo disfrutar un chaval, de los diecisiete hasta los veinte.

Y me pregunto qué dirá cuando lea mi segundo libro, en el que el recuerdo es más vivo y fresco, por ser más próximo; cuando el protagonista entró en una cierta madurez y conoció a Mónica, a Carlota… cuando realmente empezó a disfrutar del sexo por lo que es.
Es evidente que el tercer libro, del que es protagonista, no podrá corregirlo, ya que si en los dos primeros, el sexo es anecdótico y solo aparece en parte de unos pocos capítulos, éste podría muy bien ser un libro de relatos eróticos, que dejaría en mantillas a cualquiera de ellos en todos los aspectos; desde el más explícito de entre los escritos al efecto, hasta la famosa trilogía de Henry Miller.

Estamos en casa de Pili, la Mila de mi novela, disfrutando unas cortas vacaciones, las que mi nueva empresa puede permitirme y la salud de mi compañera puede resistir. Ella, mientras tanto, navega en su velero por el Mediterráneo. Mal mar para hacerlo en Agosto, pero de algo hay que vivir, me dice por teléfono desde vete a saber qué puerto.
Excursiones, pantanos, piraguas, buena comida y gente sencilla y noble, la que más me gusta… ¿Qué más quiero?

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jueves, 4 de agosto de 2011

TÓMBOLA

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Almudena dice que escribo bien. No sabe la de veces que corrijo y rectifico cualquiera de mis escritos, ni se lo imagina.
Almudena pinta bien, es su trabajo y le gusta. El mío no es escribir sino fabricar y diseñar prendas de vestir, sin embargo, no me gusta y estoy cansado de él.
Me gustaría descansar y escribir, pero solo mi historia y la de mis amigos, sobre todo la de Mónica, nada más.

Hoy recordaba a Gisela. No la encuentro en mi segundo libro y es imperdonable, o quizá esté en el tercero y mi recuerdo se emborrone con el tiempo. He escrito su historia, la de un día conmigo, precisamente para recuperarla y editarla aquí; pero no me siento capaz.
Gisela fue el suspiro amoroso de un hombre atormentado, el último y el más fuerte de todos. Ni siquiera con Amara sentí lo mismo, que fue y ha sido el amor tranquilo, el de la convivencia.
Gisela murió un día después de haberla conocido, despeñada en una curva de Cadaqués.
A veces, cuando pasaba por el Tulip con el barco, o mucho después, con Amara en la barca, la recordaba y hablaba de ella; y siempre con lágrimas en los ojos.

De haberme dedicado a otra cosa, no habría conocido a Amara, tampoco a Jasmín. Y en caso que Gisela no hubiese sufrido aquel maldito accidente, quizá hoy sería todo distinto.
La vida es como una tómbola, tal como cuenta la vieja canción.

Almudena pregunta por Anna...
-¿Quién es Anna?
La miro, sonrío... ¿Cómo puedo explicarle quién es Anna?
No puedo, no hay suficiente tiempo. Solo puedo dejar que lea mi libro, los tres tomos, porque con uno de ellos nadie puede entender qué significa Anna para mí.

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domingo, 31 de julio de 2011

LA HISTORIA ES INNEGOCIABLE

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Escribo mientras escucho The Wall, de Pink Floid
Grande, muy grande.



La encuentro echada sobre la cama, con el libro en una mano y el lápiz en la otra. Sentada le sería imposible por su espalda y la maldita radiculopatía.
Rectifica en silencio, a mi modo de ver poco, ya que según ella está bastante bien escrito.
Aunque buena lectora y acostumbrada a redactar largos informes para la administración, y misivas a sus colegas y a los pacientes, sé que como correctora no es muy de fiar. Cuando termine lo pasaré a mi hija, mucho más exigente y versada en la publicación de artículos en revistas.
-¡Pero si es tu vida! -Exclamó solo haber leído las primeras páginas. –Me dijiste que sería una novela basada en ella, pero no esperaba que tanto.
Me encojo de hombros…
La mejor manera de escribir tu historia es que nadie lo sepa.
Va por la página cincuenta y pico, le queda la mitad y solo una vez me ha llamado la atención.
-Si quieres tratar a este tipo de nazi cabrón, hazlo, pero no remarques tanto que es valenciano.
Y lleva razón. En Levante abundan los filonazis, nadie imagina por qué, pero ni mucho menos son mayoría y el resto podría sentirse insultado o menospreciado.
En la página cincuenta y pico ya he hablado de lo más comprometido y no se ha quejado. Amara no toca la historia, no opina sobre ella, ni siquiera dice si es amena. Sabe que es la de un hombre y que eso es innegociable. El Blues de Amara estará dedicado a ella: la mujer absoluta. Entonces ya veremos…

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-¡Joder! Vaya polvo tiene esta tía.
Eso nos dice uno de los tipos con los que Joan y yo charlamos en un rincón del gran jardín.
Y sí, es cierto, parece pedir a gritos que le hagan un favor y está de muerte.
Uno de sus compañeros, ya granado en esas lides, atractivo y con un punto de madurez, tercia con algo de inseguridad.
-Será una calientapollas, las tías como ella suelen serlo.
Y me río en silencio. Esos tipos, por muy trabajados que parezcan, no saben que Amara les ha echado el ojo.
Joan sigue el juego...
-¿Es una casualidad o coincidimos con los amigos?
Se acerca con una sonrisa. Parte de su cabello cae despreocupadamente por encima de su cara. La camisa abierta y atada muy por encima del ombligo, deja ver su vertiginoso escote y la redondez de sus pechos, el estómago y gran parte de su vientre.
Joan, como saludo pellizca uno de sus pezones, que con descaro se marcan a través del fino voile. No se queja ni pierde la sonrisa, solo emite un suave gemido acompañado por un simpático mohín de sorpresa.
La presentamos. No responde con un beso, no suele hacerlo, excepto a nosotros, con uno en la boca después de atraernos por la cintura, tierno, carnoso. Les da la mano y recuesta su cuerpo en el árbol, mostrando mejor la rotundidad y elasticidad de su cuerpo.
Hablamos del libro de su mesita de noche, ya sin necesidad de fingir nuestra amistad, de la última película de estudio que vimos juntos y de su director. Joan le habla de medicina como a un colega.
Tiene veintitrés y aparenta menos, sin embargo, habla y actúa como una mujer de treinta. Mezcla la cultura con el humor y el desenfado, la formalidad con un cierto liberalismo cargado de sensualidad. Está de caza y nosotros le facilitamos las presas que sabemos le gustan. Es un juego, y ella, sin haber acuerdo por medio, ha entendido y lo sigue.
Con delicadeza introduce a los tipos en la conversación, los hace suyos sin que apenas se den cuenta. Responde y pregunta de manera que parezcan parte de ella, haciéndolos partícipes de sus lecturas, del cine que le gusta y de sus divertidas apetencias eróticas, como si ya fuera una vieja y buena amiga. Es el arte de la seducción y de la persuasión en un grado desconocido para la mayoría.
Joan y yo nos miramos... tenemos dos opciones: irnos o llevar el engaño aún más lejos. Y escogemos la primera. Ella ya sabe lo que hacer con esos tipos.
Nos despedimos abrazándola con sensualidad, acariciándole los hombros, besándola en el cuello y en la boca...
-Bueno... nosotros marchamos. No la estropeéis demasiado. Dejadnos un cachito lo suficiente entero para poder pasarlo bien.
Y ellos, entre excitados y perplejos siguen con la broma. La observo... desborda sexo por todos sus poros. Sé cómo terminará, la fiesta lo merece, algunos ya han desaparecido por los dormitorios o entre los setos y otros bailan en bañador, mientras algunos juegan desnudos en la piscina.
Y nos vamos riéndonos en silencio, en busca de alguien que merezca nuestra conversación o por si encontramos a Vicki despistada. A Joan y a mí no nos atraen estas fiestas y solo asistimos para dar gusto a nuestras jóvenes compañeras y para que ejerzan la libertad en todas sus facetas.


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